¡Ha puesto fin a las guerras en los confines de la tierra! ¡Ha roto los arcos y despedazado las lanzas! ¡Ha arrojado al fuego los carros de guerra! «¡Alto! ¡Reconozcan que yo soy Dios! ¡Las naciones me exaltan! ¡La tierra me enaltece!». ¡Con nosotros está el Señor de los ejércitos! ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!
Salmo 46: 9-11
Durante su ministerio terrenal, el Hijo de Dios ordenó al viento y las olas: «‘¡Silencio! ¡A callar!’. Y el viento se calmó, y todo quedó en completa calma» (Marcos 4: 39b).
En el salmo de hoy, Dios exige que las naciones en guerra pongan fin a su lucha incesante y reconozcan su señorío: «¡Alto! ¡Reconozcan que yo soy Dios!». No sabemos por qué Dios permite que continúen las guerras y el sufrimiento. Esas respuestas nos están ocultas. Vemos naciones enfurecerse y reinos levantarse y caer, pero es Dios quien «ha puesto fin a las guerras en los confines de la tierra». Las naciones y sus gobernantes desean el poder terrenal. Están dispuestos a luchar y matar por ello, sin conocer ni reconocer el poder de Dios, pues solamente «por él las naciones prosperan o son destruidas; es él quien las dispersa o las vuelve a reunir» (Job 12:23). Dios reclama la majestad y el poder que son únicamente suyos: «¡Las naciones me exaltan! ¡La tierra me enaltece!».
El Dios que será exaltado entre las naciones ama a la gente de todas las naciones. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
El Hijo de Dios, que ordenó al viento y a las olas que dejaran de luchar, no hizo nada para detener la violencia en contra de él mismo. Jesús fue traicionado, arrestado, condenado a muerte y clavado en una cruz. Sin embargo, allí en la cruz, pareciendo una víctima débil e indefensa, Jesús estaba en guerra con las fuerzas del mal, luchando contra el pecado, la muerte y Satanás, luchando para traer el perdón de los pecados y la paz eterna al mundo en guerra. Cuando el Hijo calló en la muerte, la batalla parecía estar perdida. El cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz y enterrado, pero en la primera mañana de Pascua, ¡la Víctima divina se nos reveló como Vencedor! Por su muerte y resurrección, Jesucristo conquistó a todos los enemigos, aplastando el poder del pecado, la muerte y el diablo.
El Salvador resucitado y victorioso fue elevado a la diestra del Padre para reinar sobre todas las cosas. El exaltado Señor de todas las naciones envía a sus discípulos entre esas naciones con la Buena Nueva de paz y perdón otorgado mediante la fe en su Nombre: «Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28: 19-20). ¡El Señor de los ejércitos está con nosotros!
ORACIÓN: Exaltado Señor, ordena a las naciones en guerra que callen y concédeles la paz que solo se encuentra a través de la fe en Jesús. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Has sido testigo alguna vez del fin de los conflictos que hacen estragos entre pueblos y países?
* Cristo derrotó a Satanás en la cruz y dejó la tumba vacía. ¿De qué formas esto te produce paz?
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