Era invierno, y en Jerusalén se estaba celebrando la fiesta de la dedicación. Jesús andaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Entonces los judíos lo rodearon y le dijeron: «¿Hasta cuándo vas a perturbarnos el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente». Jesús les respondió: «Ya se lo he dicho, y ustedes no creen; pero las obras que yo hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí. Si ustedes no creen, es porque no son de mis ovejas. Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno».
Juan 10:22-30
Cuando eras pequeño, ¿alguna vez otros niños trataron de robarte dulces o tal vez el dinero de tu almuerzo? Es realmente difícil aferrarse a algo cuando una persona más fuerte que tú está agarrando tus dedos, tratando de quitarte tus cosas de la mano. Los niños pequeños a menudo dejan ir lo que tienen en la mano. No son lo suficientemente fuertes o grandes para protegerlo.
Pero había un niño en mi clase de séptimo grado con quien nadie se metía. Solo tenía 13 años, pero ya medía más de 1,80 metros de altura. ¡Él podía sostener los dulces o el dinero por encima de las cabezas de todos! Nadie podía quitarle sus cosas.
Jesús nos lleva a salvo en sus manos, así mismo. Él es más grande que todos; nadie puede pasar por encima de Él o alrededor de Él para llevarnos. Él es más inteligente que todos nuestros enemigos, incluso el diablo. Nadie puede sacarnos de sus manos.
Y Él es más fuerte, también. Jesús es el Hijo de Dios, quien nos amó tanto que se hizo hombre para vivir, sufrir y morir en una cruz para romper el poder que la muerte tenía sobre nosotros. Ninguno de nosotros podía hacer eso, pero Jesús sí podía, y lo hizo. La muerte no pudo retenerlo. Al tercer día resucitó de entre los muertos, y nunca más morirá. Él nos da esa misma vida a ti y a mí, a todo aquel que confía en Él. Él nos sostiene con seguridad en esas manos fuertes, marcadas por los clavos, y nada puede arrebatarnos de Él, ni el pecado, ni la muerte, ni el diablo. Estamos seguros en las manos de Jesús para siempre.
ORACIÓN: Señor, sé que me sostienes con seguridad. Ayúdame a confiar en ti y relajarme en tu cuidado. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Qué te hace sentir seguro? ¿Es una persona, un lugar, una situación?
* Cuando tienes miedo, ¿cómo recuerdas que Jesús te sostiene?
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