[Dijo Jesús:] «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta porque es profeta, recibirá igual recompensa que el profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, recibirá igual recompensa que el justo. De cierto les digo que cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos aunque sea un vaso de agua fría, por tratarse de un discípulo, no perderá su recompensa».
(Mateo 10:40-42)
Esta es una de esas cosas que Jesús dice que nos deja con la boca abierta. ¿Acaso recibir a una persona justa es todo lo que hay que hacer para obtener la misma recompensa que la persona justa? Para obtener la misma recompensa de un profeta, ¿sólo debemos recibir al profeta? Suena demasiado bueno para ser verdad.
¿O será que el truco está en la palabra «recibir»? ¿A qué se referirá Jesús con ella? Tal vez esté hablando de hacer un gran sacrificio que signifique que uno realmente merezca esa gran recompensa. ¡Pero no! Jesús deja muy claro que no se trata de eso, diciendo: «Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos aunque sea un vaso de agua fría, por tratarse de un discípulo, no perderá su recompensa». Pero entonces, ¿Dios considera algo tan insignificante como un simple vaso de agua fría como «recibir» a un discípulo y lo recompensa? ¡Increíble!
Indudablemente, la acción es demasiado pequeña y la recompensa es demasiado grande como para que alguien la esté “ganando”. Y es que estas recompensas son regalos que inundan la vida de quien las recibe.
¿Cómo es esto posible? La clave está en la primera frase: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió». Lo sepa o no, la persona que le abre la puerta a un cristiano también le abre la puerta a Jesús que lo envió, y por lo tanto a Dios Padre, que envió a Jesús para ser el Salvador del mundo. Abrirle la puerta al mensajero de Dios es abrir la puerta al mensaje de que Dios ha venido a nuestro mundo en Jesucristo, quien dio su vida para rescatarnos del poder del mal y hacernos hijos amados y perdonados de Dios.
Este pasaje también nos da esperanza para quienes aún no creen pero nos reciben y dan la bienvenida. Oramos para que un día le den la bienvenida a Jesús como su Salvador y a Dios que lo envió. Porque Dios es generoso y astuto, y usará todos los medios posibles para llevar el Evangelio a la vida de las personas y convertirlas en sus amados hijos.
Querido Señor, oro por aquellos a quienes amo que aún no te conocen. Dales el mismo regalo que me has dado a mí: salvación, vida y gozo en Jesús, tu Hijo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Qué diferencia hace en tu vida saber que cuando alguien te recibe, está recibiendo a Dios?
* Sabiendo lo que ahora sabes, ¿qué puedes hacer para “llevar” a Dios contigo a dondequiera que vayas?
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