Así que, hermanos, tenemos una deuda pendiente, pero no es la de vivir en conformidad con la carne, porque si ustedes viven en conformidad con la carne, morirán; pero si dan muerte a las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán. Porque los hijos de Dios son todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios. Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
Romanos 8:12-17
El apóstol Pablo nos dice que si bien somos deudores, no le debemos nada a la carne. La carne es un capataz brutal que nos denuncia como pecadores y nos deja espiritualmente muertos ante Dios. Pero como creyentes en la gracia salvadora de Jesús, la carne no tiene poder sobre nosotros. Porque el poder represivo de nuestra naturaleza pecaminosa ante la Ley justa de Dios ha sido conquistado por la sangre de Jesús.
Pablo escribe: «Porque Dios ha hecho lo que para la ley era imposible hacer, debido a que era débil por su naturaleza pecaminosa: por causa del pecado envió a su Hijo en una condición semejante a la del hombre pecador, y de esa manera condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no seguimos los pasos de nuestra carne, sino los del Espíritu» (Romanos 8:3-4). Gracias a Jesús somos hechos limpios y aceptables para Dios.
¡Qué maravilloso que Dios nos reciba en su familia a través del don de la fe! (ver Efesios 2:1-10). Esta bienvenida no es una especie de designación de «esclavo con beneficios». Es la segunda oportunidad inmerecida del hijo pródigo después de despreciar a su padre y arruinarlo todo. Es la misericordia y el perdón de Dios. Es la adopción total en su familia. «Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!»
En Cristo somos miembros adoptivos de la familia de Dios, sus propios hijos, eternos «herederos de Dios y coherederos con Cristo». El Espíritu de Dios dentro de nosotros es el garante de nuestra salvación. Él da testimonio con nuestro espíritu de que pertenecemos a Dios. A medida que avanzamos en fe, el Espíritu está allí para guiarnos en la vida, sostenernos en nuestros sufrimientos y guiarnos a toda la verdad sobre Jesús (ver Juan 16:13).
Y es por el Espíritu de Dios que podemos acercarnos a Dios Padre, hablándole de manera personal: «¡Abba! ¡Padre!» En Dios encontramos amor y aceptación no por lo que somos, sino por lo que Él ha hecho. Ahora somos sus hijos redimidos por la preciosa sangre de Jesucristo.
ORACIÓN: Padre celestial, cuando estamos luchando en este mundo, recuérdanos que somos tus hijos adoptivos. En el nombre de Jesús. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
1.- ¿Qué significa para ti sufrir con Cristo?
2.- ¿Alguna vez has pensado en Dios Padre como tu «papá»? ¿Cambia esto tu forma de verlo?
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