Cuando ya estaba amaneciendo, Jesús se presentó en la playa; pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Y él les dijo: «Hijitos, ¿tienen algo de comer?». Le respondieron: «No». Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca, y hallarán». Ellos echaron la red, y eran tantos los pescados que ya no la podían sacar. Entonces el discípulo a quien Jesús amaba le dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Y cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se puso la ropa (porque se había despojado de ella) y se echó al mar.
Los otros discípulos vinieron con la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban como a doscientos codos de la orilla. Al descender a tierra, vieron brasas puestas, un pescado encima de ellas, y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de pescar». Simón Pedro salió del agua y sacó la red a tierra, llena de grandes pescados. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de ser tantos la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer».
Juan 21:4-12a
¡Pobre Pedro! Está esperando que aparezca Jesús y se está poniendo nervioso. No se le hace fácil quedarse quieto. Entonces les dice a los otros discípulos: «Vamos a pescar», y lo hacen. No pescan nada en toda la noche.
Y, por supuesto, Jesús aparece al amanecer. Sabías que lo haría, ¿verdad?, y básicamente recrea lo que sucedió cuando llamó por primera vez a estos hombres para que fueran sus discípulos (ver Lucas 5). Al igual que la primera vez, Jesús ofrece consejos, los hombres hacen lo que Jesús dice y pescan una tonelada de peces.
Juan no es tonto: ¡reconoce lo que está pasando! Así que le dice a Pedro: «¡Es el Señor!».
Bueno, Pedro escucha eso y no pierde el tiempo. Es Jesús quien está parado allí en la orilla, el que Pedro casi pierde para siempre, el que murió, pero está vivo de nuevo, y quien ya dejó en claro que había perdonado a Pedro por todas las cosas terribles que dijo la noche en que negó a Jesús. Pedro no va a esperar hasta que el bote llegue a la orilla, aunque sean solo cinco minutos. ¡Él nada lo más rápido posible! Y tampoco se encuentra con Jesús en ropa interior. Pedro se vuelve a poner toda su ropa para mostrar respeto a Jesús antes de saltar por la borda. ¿Qué importa si tiene que sentarse mojado todo el día? ¡Jesús está allí!
Basta con mirar el amor y la alegría y las ganas que tiene Pedro de estar con Jesús. Estas son las marcas de un hombre que ha sido perdonado, un hombre que sabe que le hizo algo terrible al Señor a quien amaba, pero que Jesús lo perdonó por completo y borró todo eso. Estos son los actos de un hombre enamorado, un hombre que no puede pensar en nada mejor que estar con Jesús, el Salvador que lo ama.
Y no acaba allí. Jesús les dice a todos los discípulos: «¿Por qué no traen algunos de esos peces que acaban de pescar?». Y Pedro salta, rápidamente como un relámpago, y se va a buscarlos él mismo. No espera a nadie más. Sin ayuda de nadie, arrastra la red a tierra y busca el pescado. Pero eso no era suficiente para él. Porque parece que él hasta había contado los peces. ¿De qué otra forma sabían que habían 153 peces?
Esto es amor. Esto es alegría. Estas son las acciones de un hombre que sabe que Jesús lo ama, hasta el punto de la muerte y la resurrección. Y nosotros estamos en la misma situación que Pedro, porque Jesús nos ama con ese mismo amor perdonador y redentor. ¿Qué más podemos hacer por Él sino amarlo de vuelta?
ORACIÓN: Padre Celestial, danos el afán de Pedro por servir y amar a tu Hijo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* Piensa en algo pequeño, aunque parezca insignificante, que has hecho por amor a otra persona.
* ¿Cómo crees que se siente Jesús con los pequeños actos de amor que haces por Él?
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