Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva…
Ustedes aman a Jesucristo sin haberlo visto, y creen en él aunque ahora no lo ven, y se alegran con gozo inefable y glorioso, porque están alcanzando la meta de su fe, que es la salvación.
(1 Pedro 1:3, 8-9).
Es raro que, como cristianos, la relación más importante de nuestra vida sea con alguien invisible e inaudible, diferente de la que tenemos con nuestros padres, cónyuges, hijos, amigos, vecinos, a quienes normalmente vemos y escuchamos con regularidad. De hecho, así es como mantenemos la relación: manteniéndonos en contacto.
Con Jesús también nos «mantenemos en contacto», pero lo hacemos de forma diferente: a través de la oración, la lectura de la Biblia, al oír las predicaciones, al comulgar. Y nos beneficiamos de estas cosas, no hay duda. Pero sigue siendo… raro.
De más está decir que hay muchas ocasiones en las que desesperadamente queremos y necesitamos verlo cara a cara. Sentir el toque de Su mano. Escuchar Su voz hablándonos claramente a nuestros oídos. Y a excepción de visiones y milagros extremadamente raros, no tenemos esto. Y duele. En las relaciones humanas nadie aguantaría esto. Si mi hermana tuviera un novio que fuera tan escurridizo, ¡le diría que lo dejara en un santiamén! Y, sin embargo, aquí nos quedamos, porque no hay nadie que nos ame como lo hace Jesús.
Nadie más haría lo que hizo Jesús: dejar atrás todo el poder y la gloria del cielo ¡para rescatar a sus enemigos! Convertirse en un ser humano con todo el dolor, los problemas y la frustración que eso implica, para rescatarnos del mal sufriendo voluntariamente y muriendo una vergonzosa muerte pública en una cruz.
Nadie más nos ha amado así. Jesús escuchó nuestra necesidad y vino. Él nos amó hasta el final. Y luego resucitó de entre los muertos para vivir de nuevo para siempre, con nosotros. Es por eso que Jesús sostiene nuestros corazones. Es por eso que esperamos, con paciencia o impaciencia. Y con la ayuda del Espíritu Santo, continuaremos en esta extraña relación intermedia hasta el día en que Jesús regrese visiblemente por fin, y nuestro gozo sea pleno.
ORACIÓN: ¡Ven pronto, Señor Jesús! Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* Cuando necesitas sentirte cerca de Dios, ¿qué haces?
* ¿Qué crees que vas a hacer cuando veas a Jesús con tus propios ojos?
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