Jesús le respondió: «El que me ama, obedecerá mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y con él nos quedaremos a vivir. El que no me ama, no obedece mis palabras; y la palabra que han oído no es mía, sino del Padre que me envió.
»Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes. Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho.
»La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo.
Juan 14:23-27
Una vez hablé con una mujer que había tenido una infancia muy solitaria. Estaba tan necesitada de afecto cuando era pequeña que le pedía a Jesús que viniera a acompañarla por la noche, que durmiera a su lado y la consolara cuando sus padres peleaban. La imagen de su amor la ayudó a atravesar momentos muy malos.
Una de las cosas más difíciles de la vida es cuando creemos, con razón o sin ella, que no somos amados. Es un sentimiento increíblemente solitario. Jesús lo entiende y nos ofrece lo que nuestro corazón anhela: amor que es realmente correspondido. Él nos dice: «El que me ama, obedecerá mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y con él nos quedaremos a vivir […] y la palabra que han oído no es mía, sino del Padre que me envió».
Escucha lo que Jesús nos dice: tenemos un Salvador al que podemos amar, que en realidad corresponderá a nuestro amor, que vendrá a nosotros, junto con el Padre y el Espíritu, y se quedará con nosotros para siempre. La Trinidad nunca nos dejará, nunca nos echará de casa, nunca se volverá en nuestra contra ni nos odiará ni nos hará callar. Al contrario, Jesús promete hacernos parte de la propia familia de Dios.
Y Él puede cumplir esta promesa, porque fue su propio amor el que se acercó a nosotros primero, antes de que naciéramos, cuando vino a este mundo para encontrarnos, rescatarnos y llevarnos a casa con Dios el Padre. Él selló nuestro rescate con su propia muerte y resurrección, y ahora no hay nada, ni el pecado, ni la culpa, ni la vergüenza, ni la indignidad, que pueda volver a interponerse entre nosotros y Él. Somos suyos para siempre.
ORACIÓN: Querido Señor, ayúdame a confiar en ti y a descansar en tu amor, sabiendo que tú nunca me dejarás. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿En qué momentos te has sentido muy solo y triste?
* ¿Cómo te ayudó Jesús en esos momentos?
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