Zacarías le preguntó al ángel: «¿Y cómo voy a saber que esto será así? ¡Yo estoy ya muy viejo, y mi esposa es de edad avanzada!». El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, y estoy en presencia de Dios. He sido enviado a hablar contigo para comunicarte estas buenas noticias. Pero como no has creído mis palabras, las cuales se cumplirán a su debido tiempo, ahora vas a quedarte mudo, y no podrás hablar hasta el día en que esto suceda».
Lucas 1:18-20
«¿Y cómo voy a saber que esto será así?». Probablemente esa no era la respuesta que esperaba el ángel. Tal vez: «Gracias», o «¡Aleluya!». ¿Qué recibió en cambio? Una bofetada en la cara; su credibilidad cuestionada. ¡Cuánta incredulidad!
¡Pero, aun así, mira con cuánta paciencia responde! Le habla a Zacarías en el lenguaje simple y llano que uno usaría con un niño pequeño. “Aquí están mis credenciales. Y ahora puedes ir y sentarte en el banco de castigo por mal comportamiento. ¡Así y todo, esto se hará realidad!”.
Dios no quitó su buena promesa de Zacarías. Le dio nueve meses de silencio para pensar en el error de sus actitudes, pero también recibió la bendición: un bebé que crecía de manera invisible al principio dentro de su esposa, luego un bulto, luego rodillas y codos moviéndose, pateando, retorciéndose. Y luego un recién nacido, Juan, el prometido de Dios para preparar el camino para Jesús.
Dios también nos disciplina a nosotros. Pero nunca deja de amarnos y nunca nos quita sus buenas promesas. Nosotros también tenemos la bendición: un Salvador recién nacido, Jesús, que vino a darnos paz con Dios para siempre.
ORACIÓN: Señor, gracias por tu amor paciente por mí. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
1.- Cuando eras niño, ¿de qué maneras sacabas de quicio a tus padres y maestros?
2.- ¿Quién tenía más paciencia contigo? ¿Cómo lo sabes?
3.- ¿Cuándo has visto que Dios ha sido paciente y amoroso contigo?
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