Saulo aún lanzaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor cuando fue a ver al sumo sacerdote. Allí le pidió cartas para las sinagogas de Damasco para que, en caso de hallar a hombres o mujeres de este Camino, los pudiera llevar presos a Jerusalén. Pero sucedió que de pronto en el camino, ya cerca de Damasco, lo rodeó un poderoso haz de luz que venía del cielo y que lo hizo rodar por tierra, mientras oía una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Y él contestó: «¿Quién eres, Señor?». Y la voz le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. [Dura cosa te es dar de coces contra el aguijón. Él, temblando de temor, dijo: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?». Y el Señor le dijo:] Levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que debes hacer». Los acompañantes de Saulo se quedaron atónitos, porque oían la voz pero no veían a nadie. Saulo se levantó y, cuando abrió los ojos, ya no podía ver, así que de la mano lo llevaron a Damasco.
Hechos 9:1-8
La conversación de Jesús con Saulo (que pronto se llamaría Pablo) me fascina. Jesús le pregunta: «¿Por qué me persigues?», e inmediatamente después lo repite: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues». Claramente, Jesús toma la persecución de sus creyentes muy personalmente; maltratarlos es maltratar al Señor. Y de la misma manera, ayudarlos es ayudar al Señor: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió […] De cierto les digo que cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos aunque sea un vaso de agua fría, por tratarse de un discípulo, no perderá su recompensa» (Mateo 10:40, 42).
Cuando pienso en eso, me siento apenada y un poco incómoda. ¿Quién soy yo, para que Jesús tome el maltrato que me han hecho como propio? Yo no soy necesariamente alguien importante. Pero para Jesús, somos importantes, porque somos los miembros de su cuerpo, sus santos, su pueblo. Somos todo eso, no por algo que hayamos hecho, sino por lo que hizo Jesús, cuando murió y resucitó por nosotros.
Pero no somos los únicos por los que Él ha hecho esto. Mira cómo Él trata con Saulo, el posible asesino. Una vez que Jesús aclara su punto sobre la verdadera naturaleza de lo que está haciendo Saulo, Jesús le dice rápidamente: «Pero levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer». No hay más culpas, no hay que escarbar el pasado. Jesús tiene planes para Saulo y los quiere llevar a cabo de inmediato. Saulo también se convertiría en parte del cuerpo de Jesús, uno de sus santos, alguien que es para Él un instrumento escogido. Él va a llevar su nombre a las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel. Dios le va a mostrar todo lo que tiene que sufrir por causa de su nombre (ver Hechos 9:15b-16).
La meta de Jesús es siempre agregar más y más personas a las que ya ha salvado. Él quiere que todos nosotros, cada uno de los seres humanos, seamos salvos y lleguemos al conocimiento de la verdad. Nadie es demasiado malvado o demasiado insignificante para que Jesús se acerque a él. Y ningún creyente es pasado por alto o ignorado por Aquel que nos amó a través de la muerte para volver a vivir. Él te ama a costa de su propia vida. Eres anhelado.
ORACIÓN: Gracias, amado Señor, por querernos y por entregarte para hacernos tuyos. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Crees que Pablo entendió de inmediato lo que Jesús quiso decir cuando dijo que lo estaba persiguiendo?
* ¿Qué crees que pasó con las personas que Pablo había llevado con él para ayudarlo a hacer el trabajo sucio?
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