Bien sabemos que si se deshace nuestra casa terrenal, es decir, esta tienda que es nuestro cuerpo, en los cielos tenemos de Dios un edificio, una casa eterna, la cual no fue hecha por manos humanas. Y por esto también suspiramos y anhelamos ser revestidos de nuestra casa celestial; ya que así se nos encontrará vestidos y no desnudos.
Los que estamos en esta tienda, que es nuestro cuerpo, gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desvestidos, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Pero Dios es quien nos hizo para este fin, y quien nos dio su Espíritu en garantía de lo que habremos de recibir.
Por eso vivimos siempre confiados, pues sabemos que mientras estemos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque vivimos por la fe, no por la vista). Pero confiamos, y quisiéramos más bien ausentarnos del cuerpo y presentarnos ante el Señor. Pero ya sea que estemos ausentes o presentes, siempre procuramos agradar a Dios. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo bueno o lo malo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo.
2 Corintios 5: 1-10
«Los que estamos en esta tienda, que es nuestro cuerpo, gemimos con angustia.» Yo ya lo siento, y quizás tú también. Por más que intentemos evitar los efectos del envejecimiento, los dolores y molestias nos visitan de la nada. Ahora nos toca movernos más despacio y con cuidado para no lastimarnos. Estos invitados no deseados son recordatorios repentinos de que somos simples mortales.
Pero las Escrituras apuntan a un día en el que no será así.
La Biblia nos dice que un día lo que es mortal, lo que se descompone, lo que envejece un poco más cada hora, será «absorbido por la vida». Esto es lo que significa ser redimido: no solo de nuestros cuerpos frágiles que están mostrando algunos signos de desgaste, sino del peso paralizante de nuestros pecados. Jesús lo ha hecho así. «En él tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia» (Efesios 1: 7).
Entonces, podemos animarnos. Aunque gemimos en el presente, seguimos adelante por la gracia de Dios. Aunque nos sintamos agobiados por estos cuerpos, nuestra confianza sigue estando en Dios. El apóstol Pablo escribe: «Pero con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).
Por la fe en Jesús, nuestro Salvador, Dios el Padre nos ha dado nueva vida, ahora y por la eternidad. «Pero Dios es quien nos hizo para este fin, y quien nos dio su Espíritu en garantía de lo que habremos de recibir».
ORACIÓN: Padre celestial, refresca nuestros corazones y renuévanos por tu Espíritu Santo para vivir cada día para ti. En el nombre de Jesús. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
* ¿Cuándo sentiste por primera vez algún efecto del envejecimiento?
* ¿De qué forma te mantienes firme en tu fe a pesar de que las realidades de la vida sean difíciles de soportar?
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