El Señor cubre de nubes los cielos, y hace que llueva sobre la tierra; El Señor hace crecer la hierba de los montes; da de comer a los ganados, y también a los polluelos de los cuervos, cuando piden. El Señor no se deleita en los caballos briosos, ni se complace en la agilidad de los jinetes; El Señor se complace en los que le honran, y en los que confían en su misericordia.
Salmo 147:8-11
Dios vio todo lo que había hecho y vio que era muy bueno (ver Génesis 1: 31a).
Dios ama el mundo que creó y, como nos dice el salmista, el Creador sigue cuidando la tierra, enviando lluvia para hacer crecer la hierba y alimentando a las bestias y los pájaros.
Aunque no se deleita en la fuerza del caballo, Dios le dio esa fuerza al veloz animal que en el campo de batalla escarba la tierra con fiereza y rabia (ver Job 39: 24b).
Si bien Él no se complace en las piernas de un hombre, Dios creó al hombre y la mujer con cuerpos maravillosos (ver Salmo 139: 14b).
Aunque el Señor encontró que Su creación era «muy buena», se deleita en algo más que ha creado en el poder de Su Espíritu: el Señor se complace en los que le temen, en los que esperan en su misericordia. Lo que agrada al Señor es la fe, creada en nuestros corazones por el Espíritu Santo obrando en la Palabra del Evangelio. De hecho, sin fe es imposible agradarle (ver Hebreos 11: 6a).
En humildad arrepentida podemos vernos más como una decepción que como un deleite a la vista de Dios. A menudo somos menos que fieles, siguiendo nuestros propios deseos en lugar de caminar en el temor del Señor. Pero por nuestro bien, había otro en quien el Señor estaba complacido.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Dios el Padre testificó en el bautismo de Jesús y nuevamente en la transfiguración del Salvador que este era su Hijo amado, en quien estaba muy complacido (ver Mateo 3:17; 17: 5).
A través de nuestro bautismo estamos revestidos de la justicia de Jesús, y Dios se complace en nosotros porque está complacido con su Hijo. El Hijo obediente dio su vida por nosotros y fue levantado de la muerte. Exaltado para reinar a la diestra del Padre, nuestro Salvador intercede por nosotros. Como escribió el salmista, a Dios no le agradan los holocaustos. El sacrificio que Él desea es un «corazón contrito y humillado» (Salmo 51: 17b; véase el vers. 16). Venimos ante Dios con fe, reconociendo Su asombrosa majestad y Su amor redentor. Tememos a Dios cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos solo en Él para el perdón y la vida.
Dios dijo una vez que Su creación era «muy buena». Un día, con similar placer, dará la bienvenida a Su presencia a todos los que han puesto su esperanza en Su amor inquebrantable. «Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:23).
ORACIÓN: Padre celestial, te alabo y te doy gracias por el regalo de tu Hijo, mi Salvador Jesucristo. Mi esperanza está en tu misericordia. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
1.- ¿Qué significa para ti que «el SEÑOR se complace en los que le temen»?
2.- ¿Qué cosa especial intentas ofrecerle a Dios?
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