La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que las espadas de dos filos, pues penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios creó puede esconderse de él, sino que todas las cosas quedan al desnudo y descubiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuentas.
Hebreos 4:12-13
No sé ustedes, pero los objetos afilados me dan escalofríos. Todos por igual: espadas, cuchillos, bisturíes. Puedo imaginar, con demasiada claridad, cómo pueden perforar y separar: carne, articulaciones, tendones. He estado en el extremo receptor de eso con demasiada frecuencia. ¡Entonces esta no es mi imagen favorita de la Palabra de Dios!
Tampoco me gusta la idea de estar expuesta, ni la desnudez. Me hace sentir indefensa y asustada. Prefiero quedarme con la ropa puesta, ¡muchas gracias!
Y, sin embargo, hay un momento en que la desnudez y el estar expuestos son una parte importante de alguna situación en la que una espada afilada, o más bien, un bisturí, es absolutamente necesario. Como lo es en una cirugía que nos puede salvar la vida. Los médicos no pueden trabajar en lo que no ven. Por eso es necesaria la desnudez. Y cuando se trata de bisturíes, cuanto más afilados, mejor. Ellos crean heridas, sí, pero también eliminan cánceres e infecciones que de otro modo podrían matar a una persona. Y la herida de un bisturí muy afilado sanará más rápido que la herida de un cuchillo sin filo.
Hay momentos en nuestra vida cristiana en los que Dios tiene que operar nuestro corazón, tiene que eliminar algún mal hábito, deseo o forma de pensar que de otro modo nos llevaría a la muerte. Y entonces nos encontramos desnudos ante Él, espiritualmente hablando, confesando nuestros pecados, tratando de no retener nada, sabiendo que Él no quiere nada más que lo mejor para nosotros. Y nos sometemos a su bisturí, confiando en que el Dios que nos lastima lo está haciendo para sanarnos, y que al final nos alegraremos de ello.
Ocasiones como estas no son muy divertidas que digamos. Y, sin embargo, trato de recordar que Dios mismo cargó con lo peor: Jesús, cuando colgó de esa cruz, soportando el peso de la maldad del mundo. Mirar su amor me facilita soportar las heridas mucho menores del discipulado cristiano. Y recordar su resurrección me permite regocijarme, incluso en mi dolor, sabiendo que Dios nos llevará a todos, a su pueblo, al gozo y la felicidad eternos con Él en su reino.
ORACIÓN: Querido Padre, ayúdame cuando atraviese momentos dolorosos y deja que tu Palabra me sane. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Alguna vez te has sometido a una cirugía?
* ¿En qué momentos ha operado Dios en algún área particular de tu vida usando su Palabra?
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