Señor, tú lo sabes. Tú bien sabes que por amor a ti soporto que me insulten. Acuérdate de mí, y ven a visitarme. ¡Véngame de mis enemigos! ¡No demores más tu enojo!
Señor, Dios de los ejércitos, cuando hallé tus palabras, literalmente las devoré; tus palabras son el gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre ha sido invocado sobre mí. Jamás me he sentado en compañía de gente burlona, ni me he sentido importante por causa de tu profecía; al contrario, me siento aparte, porque tú me has llenado de indignación.
¿Por qué mi dolor no tiene fin, ni mi desahuciada herida admite ser sanada? ¿Seguirás siendo para mí tan ilusorio como las aguas de un espejismo? Por eso, así ha dicho el Señor: «Si te vuelves a mí, yo te restauraré, y tú estarás delante de mí. Si entresacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. ¡Haz que ellos se vuelvan a ti, pero tú no te vuelvas a ellos!».
(Jeremías 15:15-19).
¡Pobre Jeremías! A pesar de que durante mucho tiempo habló como profeta de Dios, fue arrojado a una cisterna, secuestrado y amenazado de muerte. Y si bien ama al Señor con todo su corazón, a veces también se enoja con Él. Como dice en el versículo 18: «¿Por qué mi dolor no tiene fin, ni mi desahuciada herida admite ser sanada? ¿Seguirás siendo para mí tan ilusorio como las aguas de un espejismo?».
Jeremías sabe bien que Dios nunca le ha fallado, por mucho que haya estado en peligro. Pero aun así, descarga su ira en Él. Pero Dios es paciente con él y lo hace recapacitar. Dios no es el problema, sino la gente pecadora, por lo que Jeremías necesita ajustar su actitud. «Si te vuelves a mí, yo te restauraré, y tú estarás delante de mí. […] ¡Haz que ellos se vuelvan a ti, pero tú no te vuelvas a ellos!».
¿De qué sirve un profeta que permite que sus oyentes lo convenzan? De nada. Pero ¿qué profeta, por más grande que sea, puede resistir la presión de personas enojadas y peligrosas? Ninguno, a menos que el Señor viva en él.
Y esto también es cierto para ti y para mí, ya que en nosotros mismos no tenemos poder. Como dijo Jesús: «Separados de mí ustedes nada pueden hacer» (Juan 15:5b). Ningún pastor, ningún padre, ningún maestro, ningún cristiano puede hacer el trabajo que Dios le ha dado para hacer por su cuenta. El trabajo es demasiado para nosotros y la presión del diablo demasiado fuerte.
Pero con Jesús las cosas son diferentes. Quienes nos atacan se llevan una gran sorpresa cuando no nos desplomamos ni nos damos por vencidos. No porque seamos sabios, grandes, inteligentes o poderosos, sino porque el Espíritu Santo de Dios vive en nosotros y hace Su obra a través de nosotros.
Querido Dios, haz Tu obra a través de mí especialmente ahora, cuando soy débil para hacer lo que es bueno por mi cuenta. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Alguna vez te pones de mal humor con Dios? ¿Cuándo?
* ¿En qué situaciones te apoyas en la fuerza de Dios para salir adelante?
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