Ahora, pueblo de Israel, oigan los estatutos y decretos que voy a enseñarles, para que los pongan por obra, y vivan […] Cumplan con ellos, pónganlos por obra, porque ésta es su sabiduría y su inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos y dirán: «Ciertamente, éste es un pueblo sabio y entendido; es una gran nación». Porque ¿dónde hay una gran nación, cuyos dioses estén tan cerca de ellos como lo está de nosotros el Señor nuestro Dios en todo lo que le pedimos?
Deuteronomio 4: 1a, 6-7
La mayor parte del libro de Deuteronomio es un discurso bien largo que Moisés le está dando al pueblo de Israel poco antes de su muerte. Se podría decir que estas son sus últimas palabras; son las cosas que desea desesperadamente que Israel recuerde. Y una de esas se resume hermosamente en el versículo 7: «Porque ¿dónde hay una gran nación, cuyos dioses estén tan cerca de ellos como lo está de nosotros el Señor nuestro Dios en todo lo que le pedimos?».
Moisés está describiendo algo que solamente los israelitas tenían y nadie más: un Dios que estaba cerca de ellos, que se preocupaba por ellos, que tomaba parte activa y continua en sus vidas diarias. ¡Ese no era el tipo de cosas que hacía Baal, Asera o cualquiera de los otros supuestos dioses de los que habían oído hablar los israelitas! Tampoco es el tipo de cosas que hicieron los dioses griegos o romanos. En términos generales, esos dioses eran como niños súper poderosos que hacían lo que querían y, como ser humano diminuto y frágil, tenías que esperar que sus deseos no fueran contraproducentes. Podrías sobornarlos con sacrificios para intentar que hicieran algo que tú querías; pero de lo contrario, era mejor mantenerse lejos de ellos.
En contraste, Moisés les recuerda a los israelitas cómo es el Dios real: alguien que es santo, sabio, justo y racional. Alguien que realmente se preocupa por los seres humanos, en lugar de verlos como objetos para ser explotados y desechados. Alguien que no tiene que ser sobornado para ayudar, porque Él ya nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Alguien que siempre está cerca de nosotros y que presta atención a nuestras oraciones y nuestras vidas, ¡a veces más atención de la que queremos!
El pueblo de Israel conocía a este Dios, porque ya se había acercado a ellos para salvarlos. Los rescató de la esclavitud en Egipto y dividió el Mar Rojo para que pudieran caminar hacia un lugar seguro. Les dio sus mandamientos en el monte Sinaí, y les dio comida y agua todos los años que vagaron por el desierto. Este Dios estaba cerca de ellos y ellos conocían su carácter, su personalidad. Sabían que podían confiar en Él.
¿Y nosotros? Si Dios estaba cerca de los creyentes de la época de Moisés, ¿cuánto más podemos decir ahora que Dios ha venido en carne y nacido como un bebé humano en Belén? El Dios grande, santo y omnisciente descendió del cielo para hacerse un Hombre entre nosotros, uno de la familia humana. Como uno de nosotros, vivió, sirvió, sanó y enseñó; y cuando llegó el momento, sufrió y fue clavado en una cruz, todo para redimirnos de la esclavitud del mal y traer a su pueblo perdido de regreso a Él. Jesús murió y resucitó de entre los muertos para que pudiéramos estar cerca de Dios, con Dios para siempre. Él es nuestro Emanuel, «Dios con nosotros».
ORACIÓN: Amado Dios, gracias por acercarte a nosotros y hacernos tu pueblo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Te resulta siempre agradable tener a Dios cerca? ¿Por qué sí o por qué no?
* ¿Cuándo parece que Dios está más cerca de ti? ¿Cuándo parece estar lejos?
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