¡Haz que los que siembran con lágrimas cosechen entre gritos de alegría! ¡Que los que entre sollozos esparcen la semilla, vuelvan alegres trayendo sus gavillas!
Salmo 126: 5-6
«Cuando el Señor nos haga volver a Sión, nos parecerá estar soñando» (Salmo 126: 1). El salmo de hoy celebra el regreso de los exiliados a su propia tierra. Habían salido de su país como cautivos, llorando por la tierra y los hogares que perdieron, pero llevando semillas de esperanza para el futuro, la promesa de que el Señor los devolvería a su tierra. Cuando llegó el momento oportuno, el Señor llevó a su pueblo de regreso a casa y los exiliados regresaron con gritos de alegría, llevando una cosecha de promesas cumplidas.
Siglos después del regreso de los exiliados, otra promesa del Señor se cumplió con el nacimiento del Mesías, Jesús nuestro Salvador. Por causa de nuestra salvación, Jesús fue llevado cautivo y condenado a muerte. Él era, como se predijo, el Varón de dolores cuyo camino a la cruz fue sembrado con lágrimas (ver Hebreos 5: 7). Jesús sufrió y murió, asumiendo la ira de Dios contra el pecado y la rebelión de los seres humanos. Sin embargo, el Señor Jesús llevó la semilla de esperanza, la promesa de vida y resurrección: su resurrección y la resurrección futura de todos los que confían en Él. En la primera mañana de Pascua se cumplió esa promesa y se confirmó la esperanza de nuestra resurrección. Como Jesús prometió: «Y ésta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final» (Juan 6:40).
Es cierto que ahora, en ocasiones, sembraremos con lágrimas de enfermedad, pérdida y dolor. Somos, después de todo, extranjeros y peregrinos en la tierra y anhelamos un país mejor, es decir, el celestial (ver Hebreos 11: 13-16). Sin embargo, en nuestro exilio, llevamos semillas para sembrar, la semilla de la Palabra, la Buena Nueva de salvación por la gracia de Dios a través de la fe en Jesús. A lo largo de los años de nuestro exilio, trabajamos, construimos y plantamos, buscando el bienestar de nuestro hogar terrenal. Y también esparcimos la semilla de esperanza y la promesa de vida y perdón en el Nombre de Jesús.
La semilla del Evangelio que sembramos echa raíces y crece con el poder del Espíritu Santo. El Señor Jesús nos dice: «Pues yo les digo: Alcen los ojos, y miren los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe su salario y recoge fruto para vida eterna, para que se alegren por igual el que siembra y el que siega» (Juan 4: 35b-36). Es una cosecha que se recogerá en el último día cuando Jesús regrese. Todos los que confían en Jesús serán llevados a la vida eterna y vivirán para siempre en su presencia en el mejor país, el que anhelamos durante nuestro exilio terrenal. Y mientras que llegue ese gran día nos regocijamos con los exiliados que regresan: «Sí, el Señor hará grandes cosas por nosotros, y eso nos llenará de alegría» (Salmo 126: 3).
ORACIÓN: Señor Jesús, estoy sembrando con lágrimas ahora, pero recogeré una cosecha de gozo en tu regreso. ¡Ven, Señor Jesús! Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Cómo nos consuela Dios en tiempos de dolor?
* ¿Qué es lo que más esperas dejar cuando entres en la vida eterna?
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