Pero con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gálatas 2:20
Cuando nuestro texto dice que estamos crucificados con Cristo, significa que hemos crucificado nuestros pecados y nuestro viejo Adán en Jesús. La vida del cristiano que vive para su Señor es una vida de clavar a diario sus pecados y su egocentrismo en la cruz. Es una muerte diaria al pecado. Nuestro bautismo nos recuerda que debemos ahogar nuestra naturaleza malvada y vivir para él.
Los cristianos vivimos para Cristo porque el Espíritu Santo nos ha hecho creer en Cristo como nuestro Salvador. En otras palabras, la vida cristiana es una relación entre el creyente y su Señor. En esta relación Cristo ha sido crucificado y resucitado por nosotros, y por la fe en Él crucificamos nuestros pecados y nuestra vieja naturaleza. Vivir en Cristo, entonces, es vivir por fe. Esta fe es la simple confianza que un hijo de Dios tiene en su Señor, quien vive en él y está con él todos los días.
De hecho, Dios no se detiene lejos en algún rincón oscuro del cielo y exige que lo amemos, ni truena desde las montañas como una divinidad fría y caprichosa. Más bien, el amor de Dios se nos muestra de la manera más maravillosa e indescriptible. Dios, quien con perfecta justicia podría habernos condenado eternamente por nuestros pecados y fracasos, envió a su Hijo amado para convertirse en uno de nosotros, para vivir la vida que nunca podríamos vivir y morir la muerte que todos merecíamos. Esto lo hizo para rescatarnos de las consecuencias de nuestro pecado y locura.
Dios en Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros. Ahora, con esto como nuestro ejemplo, podemos mostrar nuestro amor por Dios amándonos unos a otros. Dios nos ha pedido que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Ahora, esta es una gran orden cuando uno considera cuánto nos amamos a nosotros mismos y qué poco amamos a nuestro prójimo. Aun así, Dios puede transformar nuestros corazones para que vivamos para su gloria y el beneficio de quienes nos rodean.
Sin duda, nuestro mayor servicio a nuestro prójimo es ayudarlo a conocer al Señor Jesucristo como su Salvador. Al compartir un vaso de agua fría o una comida caliente con los necesitados, debemos recordar que nuestra ofrenda debe ir acompañada de compartir el Evangelio.
A medida que lleguemos a conocer mejor a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que lo amemos más profundamente, que podamos hacer esto cuidando a los demás de palabra y de hecho, esta será nuestra ofrenda de amor a Dios mientras buscamos ser su testigo fiel ante todos los hombres.
ORACIÓN: Padre Celestial, crucifica mi antiguo yo para que pueda vivir completamente para Ti. En el nombre de Jesús. Amén.
Extraído del mensaje «¿Para qué estás viviendo?» por el Dr. Rev. J.A.O. Preus.
Para reflexionar:
* ¿Qué significa para ti estar «crucificado con Cristo»?
* ¿De qué manera tu forma de vivir construye puentes para que otros encuentren a Dios?
© Copyright 2021 Cristo Para Todas Las Naciones
Suscríbete y recibe el devocional diariamente en tu e-mail: