No pongan su confianza en los poderosos, ni en ningún mortal, porque no pueden salvar. El día que mueren, vuelven a la tierra, y ese mismo día todos sus planes se acaban.
Salmo 146: 3-4
«No pongas tu confianza en los poderosos». Somos muy conscientes del hecho de que nuestros gobernantes terrenales son seres humanos pecadores, tal como lo somos nosotros, aunque a veces ponemos nuestra confianza en ellos. Cualesquiera que sean nuestras opiniones personales y políticas de nuestros líderes, Dios nos llama a respetar y obedecer a las autoridades terrenales, «pues no hay autoridad que no venga de Dios. Las autoridades que hay han sido establecidas por Dios» (Romanos 13: 1b). Los príncipes gobiernan bajo la autoridad de Dios, y nosotros debemos pagar impuestos, réditos y honor a quienes se les debe.
Los gobernantes terrenales, especialmente los candidatos políticos, hacen muchas promesas. Algunas de estas promesas se cumplen, pero otras resultan ser promesas falsas que conducen a una esperanza vacía. Nuestros gobernantes pueden tener las mejores intenciones, pero, como nosotros, son mortales pecadores. No debemos depositar nuestra máxima confianza en ellos porque en ellos «no hay salvación». La Escritura advierte: «El rey no se salva por tener un gran ejército, ni se escapa el valiente por tener mucha fuerza. Ningún caballo es garantía de salvación; y aunque tiene mucha fuerza, no salva a nadie» (Salmo 33: 16-17). Los gobernantes terrenales necesitan, al igual que nosotros, la salvación que no podemos proporcionarnos a nosotros mismos, la salvación que se encuentra solo en Jesucristo.
Los brillantes planes y promesas de los gobernantes terrenales eventualmente fracasarán. Cuando esos gobernantes mueren, sus nobles metas mueren con ellos. «El día que mueren… ese mismo día todos sus planes se acaban». Cuando muramos, nuestros planes terrenales también perecerán. Solo el plan de Dios dura por la eternidad.
La promesa de Dios de enviar un Salvador, el descendiente de la mujer, se escuchó por primera vez en Edén. A lo largo de los siglos, su promesa se mantuvo y su plan nunca falló. La promesa se cumplió cuando Jesús, el descendiente de la mujer, vino a vivir entre nosotros, a morir por nuestros pecados y a resucitar triunfante sobre la muerte. Por Jesús, «… todas las promesas de Dios en él son «Sí». Por eso, por medio de él también nosotros decimos «Amén», para la gloria de Dios» (2 Corintios 1:20).
Cuando nuestro aliento se va, nuestros cuerpos regresan a la tierra para esperar el Último Día, cuando Jesús regresará para resucitarnos de la muerte. Hasta ese gran día, permanece la promesa infalible de Dios: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Les damos a nuestros príncipes terrenales, cualquiera que sea su cargo, el respeto que se les debe. Oramos por ellos, para que Dios los lleve a gobernar con justicia y sabiduría por el bien de las personas a su cargo. Pero nuestra máxima confianza, ahora y por la eternidad, no está puesta en los príncipes terrenales, sino en el Príncipe de Paz, Jesús nuestro Señor, porque «En ningún otro hay salvación, porque no se ha dado a la humanidad ningún otro nombre bajo el cielo mediante el cual podamos alcanzar la salvación» (Hechos 4:12).
ORACIÓN: Señor Jesús, Rey de reyes, bendice a nuestros gobernantes terrenales. Dales la sabiduría que necesitan para gobernar a quienes están a su cargo. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Has confiado en alguien que terminó decepcionándote?
* Piensa en la relación más confiable que tengas. ¿Qué hace que sea confiable para ti?
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