La serpiente era el animal más astuto de todos los que Dios el Señor había creado. Así que le dijo a la mujer: «¿Así que Dios les ha dicho a ustedes que no coman de ningún árbol del huerto?». La mujer le respondió a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del huerto […] Entonces la serpiente le dijo a la mujer: «No morirán. Dios bien sabe que el día que ustedes coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal».
La mujer vio que el árbol era bueno para comer, apetecible a los ojos, y codiciable para alcanzar la sabiduría. Tomó entonces uno de sus frutos, y lo comió; y le dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió […] Dios el Señor dijo entonces a la serpiente: «Por esto que has hecho, ¡maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo! ¡Te arrastrarás sobre tu vientre, y polvo comerás todos los días de tu vida! Yo pondré enemistad entre la mujer y tú, y entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón».
(Génesis 3:1-2, 4-6, 14-15).
La historia de Adán y Eva me frustra, porque los dos cometen errores muy obvios. ¿Alguna vez habían visto a esta serpiente? ¿La conocían? ¿No? Entonces, ¿por qué simplemente creen todo lo que dice? Por otro lado, están muy familiarizados con el Dios que los creó. ¡Incluso viene al jardín por las noches por el placer de su compañía!
Y, sin embargo, eligen creer la versión de la serpiente. «Dios te está ocultando cosas buenas», les dice. «Escúchenme y obtendrán todas las cosas buenas que realmente merecen». Y caen en la trampa. ¡Puaj!
Ni siquiera se tomaron el tiempo de acercarse a Dios, esa misma noche, y pedirle que les explicara. Podrían haber hecho eso, y decirle: «Señor, nos encontramos con una serpiente, y nos dijo unas cosas, y nos tienen incómodos. ¿Puedes ayudarnos a entender esto?». Eso hubiera sido lo más sensato. Pero no, tenían prisa, temerosos de perderse algo, ansiosos por impresionar a un extraño. Y pecaron. Y hemos estado lidiando con las consecuencias desde entonces.
Pero luego el Señor fue al jardín, no un extraño, sino su viejo amigo que los había creado y les había dado el jardín para que lo disfrutaran. Y Él los llamó, ¿por qué? ¡Él sabía lo que habían hecho! Habían desobedecido el mandato de Dios e insultado a su Amigo más querido al confiar en un extraño. Dios lo sabía, pero aun así los amaba.
Así que se dispuso a limpiar el desorden. Escuchó su confesión, proporcionó ropa a Adán y Eva y les advirtió del futuro por venir. E hizo una cosa más: prometió salvarnos de las consecuencias de nuestro pecado. No a través de un extraño; no, Él mismo vendría a ser nuestro Salvador.
Dios vino a nosotros como uno de nosotros: Jesús, el Hijo prometido de la mujer, que aplastaría la cabeza del diablo a costa de su propio sufrimiento. Y cumplió su promesa de morir en la cruz para rescatarnos de la esclavitud del pecado y la muerte. Y ahora que ha resucitado de entre los muertos, comparte esa gozosa victoria con cada uno de los que confiamos en él. Jesús es nuestro amigo más antiguo y querido, y ahora nuestro Salvador para siempre.
ORACIÓN: Gracias, Señor, por ser tanto Amigo como Salvador para nosotros. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Alguna vez has confiado en alguien que no deberías?
* ¿Cómo puedes saber que Jesús es un amigo confiable?
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