El Señor es mi pastor; nada me falta. En campos de verdes pastos me hace descansar; me lleva a arroyos de aguas tranquilas.
Salmo 23: 1-2
Como un pastor amoroso, Dios les proporcionó a Adán y Eva, su pequeño rebaño recién creado, un hermoso jardín para que fuera su hogar.
El Creador les dio para comer «toda planta que da semilla y que está sobre toda la tierra, y todo árbol que da fruto y semilla» (Génesis 1: 29b). Podían beber de un río que regaba el jardín. Adán y Eva tenían pastos verdes y aguas tranquilas. Tenían todo lo que podían necesitar, pero eligieron apartarse de la Palabra y el mandato de Dios. Buscaban lo que ellos creían que eran pastos más verdes, y Eva vio que el fruto prohibido «era bueno para comer, apetecible a los ojos, y codiciable para alcanzar la sabiduría» (Génesis 3: 6b).
Adán y Eva eligieron comer del árbol que les estaba prohibido. Al darse cuenta de lo que habían hecho, trataron de cubrir su pecado y vergüenza y esconderse de Dios. Pero como un buen pastor, Dios fue a buscarlos. Los confrontó con su pecado y les mostró los resultados de ese pecado, el sufrimiento que les esperaba en las relaciones rotas con su Creador, entre ellos y con la creación. Pero en su misericordia Dios prometió que un descendiente de la mujer pelearía con la serpiente que los descarrió. Aunque expulsados de los verdes pastos del Edén, Adán y Eva llevaron en sus corazones la esperanza y la promesa del Salvador. Y a la hora señalada, el Salvador nació entre nosotros, el Descendiente prometido de la mujer. Dios envió a su Hijo a tomar forma humana y a ser nuestro Salvador y Pastor.
Somos las ovejas del prado del Señor, pero así como nuestros primeros padres decidieron rebelarse contra el Creador, nosotros también elegimos apartarnos de los caminos de la justicia. Deambulamos por nuestros propios caminos, prefiriendo con frecuencia pastos que ofrecen lo que nosotros queremos en lugar de lo que necesitamos.
Las tentaciones del mundo son atractivas, pero lo que puede parecer un pasto verde nutritivo resulta ser una maleza venenosa. Pasamos del agua clara y quieta que nos ofrece Dios a seguir las aguas contaminadas y turbulentas de nuestros propios deseos pecaminosos.
Jesús vino a buscar a sus ovejas descarriadas y a dar su vida para salvarlas.
Nuestro Pastor es también el perfecto Cordero de sacrificio, quien tomó sobre sí todos nuestros pecados y los llevó en su propio cuerpo a la cruz. Allí sufrió la pena de muerte que merecíamos por nuestros caminos errantes. El cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz y colocado en una tumba sellada y custodiada, pero en esa primera mañana de Pascua, ¡el Buen Pastor que entregó su vida la volvió a tomar!
Jesús, nuestro Pastor, nos sostiene firmemente en su poderosa mano. Nos conduce por senderos de justicia. Conoce nuestras necesidades. Él nos lleva a los verdes y nutritivos pastos de su Palabra. Nos refresca con el agua viva que es el Espíritu de Dios. El Señor crucificado y resucitado es nuestro Pastor, y en Él tenemos todo lo que necesitamos.
ORACIÓN: Jesús, mi Pastor y Salvador, aliméntame a través de tu Palabra y refréscame con tu Espíritu. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿De qué forma es Jesús nuestro pastor y siervo de Dios el Padre?
* ¿Qué crees que significan los «pastos verdes» y las «aguas tranquilas» en el Salmo 23?
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