Cuando hayas entrado en la tierra que el Señor tu Dios te da en posesión, y la hayas tomado y habites en ella, tomarás una parte de todos los primeros frutos que obtengas de la tierra que el Señor tu Dios te da, la pondrás en una canasta, y te dirigirás al lugar que el Señor tu Dios escoja como residencia de su nombre. Te presentarás ante el sacerdote que en esos días esté en funciones, y le dirás: «Hoy declaro, ante el Señor tu Dios, que he entrado en la tierra que el Señor juró dar a nuestros padres». El sacerdote recibirá de tu mano la canasta y la colocará ante el altar del Señor tu Dios […] tú y tu familia, y los levitas y extranjeros que convivan contigo, harán fiesta por todo el bien que el Señor tu Dios te haya dado.
Deuteronomio 26: 1-4, 11b
Moisés les dio a los israelitas una instrucción a seguir una vez que llegaran a la Tierra Prometida: debían tomar parte de su primera cosecha, ponerla en una canasta y llevarla a la casa del Señor. Luego debían proclamar formalmente que Dios había cumplido su promesa, que los había sacado a salvo de Egipto, de la tierra de la esclavitud, y los había llevado sanos y salvos a su nuevo hogar. ¡Y luego a celebrar!
Este es un gran modelo a seguir para nosotros también. Porque nosotros también hemos sido esclavos, no en Egipto, sino esclavos del pecado. Hemos sido prisioneros bajo el poder del mal, personas sin esperanza y sin ayuda, condenados a muerte. Entonces Jesús vino a rescatarnos con un brazo extendido y con gran poder. Él descendió a nosotros desde el cielo y se convirtió en uno de nosotros, para que nosotros fuéramos su pueblo y Él sería nuestro pariente, nuestro Redentor. Él sufrió y murió por nosotros en la cruz, rompiendo para siempre el poder de la muerte y el mal. Y resucitó de entre los muertos para compartir esa libertad con nosotros, todos los que creemos en él.
Por lo tanto, es correcto que miremos a nuestro alrededor y recordemos todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Nosotros también podemos acercarnos al Señor en oración y decir: «Toda mi familia y yo estábamos en problemas, oprimidos por el poder del diablo. Pero tú, Señor, viste nuestro sufrimiento y viniste a nosotros. Nos liberaste al precio de tu propia vida, y nos trajiste sanos y salvos a tu reino. Y ahora vengo a ti para recordar esto y darte gracias de todo corazón. Esto es lo que has hecho por mí, y yo soy tuyo para siempre».
ORACIÓN: Amado Señor, gracias por hacernos libres y llevarnos a la libertad y el gozo de tu reino. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Cuándo fue la última vez que le diste las gracias a alguien? ¿Por qué fue?
* ¿En qué área específica de tu vida has visto a Dios liberándote del mal?
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