Cuando Ajab le contó a Jezabel todo lo que Elías había hecho, y cómo había degollado a los profetas de Baal, Jezabel mandó un mensajero a Elías, a que le dijera: «¡Que los dioses me castiguen, y más aún, si mañana a esta misma hora no te he cortado la cabeza como lo hiciste tú con los profetas de Baal».
Al verse en peligro, Elías huyó para ponerse a salvo. Se fue a Berseba, en la región de Judá, y allí dejó a su criado. Se internó en el desierto y, después de caminar todo un día, se sentó a descansar debajo de un enebro. Con deseos de morirse, exclamó: «Señor, ¡ya no puedo más! ¡Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados!».
Se recostó entonces bajo la sombra del enebro, y se quedó dormido. Más tarde, un ángel vino y lo despertó. Le dijo: «Levántate, y come». Cuando Elías se sentó, vio cerca de su cabecera un pan que se cocía sobre las brasas y una vasija con agua. Comió y bebió, y se volvió a dormir. Pero el ángel del Señor volvió por segunda vez, lo despertó y le dijo: «Levántate y come, que todavía tienes un largo camino por recorrer». Elías comió y bebió y recuperó sus fuerzas, y con aquella comida pudo caminar durante cuarenta días con sus noches, hasta llegar a Horeb, el monte de Dios.
1º Reyes 19:1-8
Esta historia del profeta Elías me consuela, porque lo vemos en su punto más débil, y se parece notablemente al mío. Apenas unos días Dios había realizado milagros a través de Elías frente a todo Israel, haciendo llover fuego del cielo, y luego acabando con la sequía en Israel y salvando miles de vidas.
Si yo fuera Elías, habría estado pensando: «Está bien, todo va a estar bien ahora. El pueblo seguirá a Dios, y el rey Acab me escuchará y hará lo correcto». Pero eso no es lo que pasó. La esposa del rey amenazó su vida y Elías tuvo que huir. Todos esos milagros y gloria, y todo se redujo a esto: un hombre cansado y golpeado durmiendo debajo de un árbol, deseando estar muerto.
Pero Dios todavía estaba allí, incluso en la derrota, en la quietud y la desesperación de su siervo. Pero esta vez no fue la brillante gloria del fuego del cielo. Ahora, era algo muy simple y tranquilo: un poco de comida, un tarro de agua. No mucho, pero fue suficiente. Elías comió, bebió y durmió, y luego estuvo listo para prestar atención a Dios cuando llegó al monte Horeb.
Dios no lo culpó por estar agotado, por estar triste y asustado e incapaz de ver más allá de sus problemas presentes. Dios no le dijo: «¿Dónde está tu fe?». Dios fue amable con él y le dio lo básico que necesitaba para volver a levantarse. Dios le dio tiempo, descanso y gracia para recuperarse.
Dios también hace esto por nosotros. Si estás pasando por un momento difícil, no te tienes que preocupar pensando que Dios te va a regañar o te va a decir que eres demasiado débil para Él. Haz lo que hizo Elías y cuéntale tu problema a Dios. Dile la verdad de cómo te sientes. Y sé testigo de lo que hará. El Dios que dio su propia vida por ti, para que pudieras ser suyo, no te abandonará. Aquel que resucitó de entre los muertos también te resucitará a ti.
ORACIÓN: Señor, cuando esté quebrantado, sáname y levántame. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Qué haces cuando tienes miedo y estás triste?
* ¿Alguna vez te has sentido como si estuvieras en el fondo de tu vida? ¿Cómo se acordó Dios de ti?
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