Regocíjense en el Señor siempre. Y otra vez les digo, ¡regocíjense! Que la gentileza de ustedes sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello. Lo que ustedes aprendieron y recibieron de mí; lo que de mí vieron y oyeron, pónganlo por obra, y el Dios de paz estará con ustedes…
No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a estar contento en cualquier situación. Sé vivir con limitaciones, y también sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, tanto para estar satisfecho como para tener hambre, lo mismo para tener abundancia que para sufrir necesidad; ¡todo lo puedo en Cristo que me fortalece!
(Filipenses 4:4-9, 11-13).
Hace algunos años pasé una semana en terapia intensiva con un pulmón colapsado y varios problemas más. Estuve a punto de morir. Cuando finalmente decidieron que estaba lo suficientemente recuperada para darme una ducha, mi esposo tuvo que ayudarme a mantenerme de pie. ¡Él es la razón por la que no me caí!
Hay momentos en nuestro caminar con Dios en que necesitamos exactamente ese tipo de ayuda de Jesús. Cuando nos enfrentamos a algo difícil, algo que no podemos manejar solos, necesitamos a Jesús. Necesitamos su fuerza para sostenernos, su perdón para limpiarnos, su sabiduría para mostrarnos qué hacer. Y eso es lo que Pablo nos dice en el texto para hoy: «El Señor está cerca». No está lejos ni al otro lado de la habitación. Él está aquí con nosotros, al alcance de la mano, lo sintamos o no. Podemos apoyarnos en Él.
En nuestra ansiedad podemos hablar con Él, expresar nuestros sentimientos y pedir su ayuda y guía. Puede que no sepamos qué hacer, pero Él sí lo sabe. Su Espíritu Santo nos guiará y su paz guardará nuestros corazones y mentes. Jesús nunca nos va a fallar.
¿Cómo sabemos esto? Porque Él dio su vida por nosotros y también resucitó de entre los muertos. Ahora sabemos que Él nos ama hasta donde el amor puede llegar y que tiene todo el poder para vencer incluso a la misma muerte. ¿Dónde podríamos estar más seguros que cuando estamos en sus manos? Descansemos en Él, y dejemos que Él nos sostenga.
Querido Salvador, tú conoces las preocupaciones de mi corazón. Sostenme y dame fuerzas. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿De qué maneras Jesús te sostiene y protege en tu vida diaria?
* ¿Cómo puedes apoyar a otras personas en sus momentos de necesidad, con la ayuda de Jesús?
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