En este monte el Señor de los ejércitos ofrecerá un banquete a todos los pueblos. Habrá los manjares más suculentos y los vinos más refinados. En este monte rasgará el velo con que se cubren todos los pueblos, el velo que envuelve a todas las naciones. Dios el Señor destruirá a la muerte para siempre, enjugará de todos los rostros toda lágrima, y borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo. El Señor lo ha dicho. En aquel día se dirá: «¡Éste es nuestro Dios! ¡Éste es el Señor, a quien hemos esperado! ¡Él nos salvará! ¡Nos regocijaremos y nos alegraremos en su salvación!».
(Isaías 25:6-9).
Mi esposo suele dormir con una sábana sobre la cara. Creo que es por los años que pasó en un campo de prisioneros vietnamita teniendo que evitar los escorpiones. Pero me da escalofríos, porque parece un sudario, la sábana que muchas culturas usan para envolver a los muertos antes de enterrarlos.
Y eso es lo que Isaías describe en este pasaje: habla de la muerte como un sudario que cubre a todos en el mundo. La mayoría de nosotros tratamos de evitar pensar en la muerte, aunque sabemos que al final nos atrapará. Pero en las palabras de Isaías está en nuestros rostros, asfixiándonos inevitablemente. ¿Quién nos puede ayudar? El Señor Dios. ¿Y dónde lo hará? En ese monte donde se encuentra Jerusalén, y donde Dios mismo sufrirá y morirá en una cruz para rescatarnos a todos de la muerte eterna.
Eso es lo que Jesús vino a hacer: destruir el poder de la muerte que se cierne sobre nosotros desde nuestro primer aliento. Y lo hizo haciéndose hombre como uno de nosotros, como leemos en la Carta a los Hebreos: «Así como los hijos eran de carne y hueso, también él era de carne y hueso, para que por medio de la muerte destruyera al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y de esa manera librara a todos los que, por temor a la muerte, toda su vida habían estado sometidos a esclavitud» (Hebreos 2:14-15). La muerte de Jesús es la muerte de la muerte; y su resurrección es la puerta de entrada a la vida para todos los que confían en él.
¿Cómo sabemos que esto es cierto? Porque Jesús mismo lo ha prometido. Leemos en Juan 6:40: «Y esta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final». Eso es lo que tenemos que esperar. No más mortajas; solo gozo, paz, perdón y vida eterna.
Señor Dios, ayúdame cuando tengo miedo a la muerte y enséñame a confiar en Ti con todo mi corazón. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Qué es lo que más te asusta de la muerte?
* ¿De qué manera la resurrección y promesa de Jesús te ayudan a sobrellevar tu muerte y la de tus seres queridos?
© Copyright 2023 Cristo Para Todas Las Naciones
Suscríbete y recibe el devocional diariamente en tu e-mail: