Señor, tú lo sabes. Tú bien sabes que por amor a ti soporto que me insulten. Acuérdate de mí, y ven a visitarme. ¡Véngame de mis enemigos! ¡No demores más tu enojo!
Señor, Dios de los ejércitos, cuando hallé tus palabras, literalmente las devoré; tus palabras son el gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre ha sido invocado sobre mí. Jamás me he sentado en compañía de gente burlona, ni me he sentido importante por causa de tu profecía; al contrario, me siento aparte, porque tú me has llenado de indignación. ¿Por qué mi dolor no tiene fin, ni mi desahuciada herida admite ser sanada? ¿Seguirás siendo para mí tan ilusorio como las aguas de un espejismo?
Por eso, así ha dicho el Señor: «Si te vuelves a mí, yo te restauraré, y tú estarás delante de mí. Si entresacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. ¡Haz que ellos se vuelvan a ti, pero tú no te vuelvas a ellos! Entonces yo te pondré en este pueblo como un fuerte muro de bronce. Ellos pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo. Yo te protegeré y te defenderé. Yo te libraré del poder de los malvados. ¡Yo te libraré del poder de los violentos!».
Jeremías 15:15-21
Hubo un tiempo en que no podía sentir la presencia de Dios, y tuve la tentación de imaginar que no estaba prestando atención. Luego cometí un pecado (no importa qué), y fue increíble lo rápido que sentí ese ojo divino enfocarse en mí con toda su atención. ¡Ay! Estaba a punto de ser disciplinada, y no iba a ser divertido.
Pero lo extraño era que sentía cierta alegría. No disfruté la disciplina y, sin embargo, el hecho de que Dios me llamara la atención por mi comportamiento significaba que se preocupaba lo suficiente como para corregirme. Obtuve lo que me esperaba, pero también obtuve algo más: nuevas pruebas de que Dios me amaba y se preocupaba por mi bienestar.
Algo así le está sucediendo a Jeremías en la lectura de hoy. Jeremías está herido y enojado, por lo que se queja… y mucho. Lo primero que pide es que Dios pague a sus enemigos, pero que a él le muestre misericordia lo cual no es muy cristiano, pero sí muy humano. Y, mientras lo hace, Dios lo escucha pacientemente. Hasta que va demasiado lejos: «¿Por qué mi dolor no tiene fin, ni mi desahuciada herida admite ser sanada? ¿Seguirás siendo para mí tan ilusorio como las aguas de un espejismo?»
En este punto, Dios dice basta. ¡No más de esas tonterías! Jeremías debe arrepentirse de inmediato y decir la verdad, no cosas sin valor. Es una reprimenda aguda y paternal y, sin embargo, todo está lleno de buenas noticias. «…Yo te restauraré… no te vencerán, porque yo estoy contigo. Yo te protegeré y te defenderé. Yo te libraré del poder de los malvados». Incluso en medio de la disciplina, Dios está expresando su amor.
Y ese es el amor que Dios nos muestra a cada uno de nosotros a través de Jesucristo, nuestro Salvador. Su muerte en la cruz deja en claro que nuestro pecado es muy grave. Pero también muestra que Dios está dispuesto a hacer lo que sea necesario para reconciliarnos con Él. Eres Su amado, y nada de lo que puedas hacer evitará que Él te ame y te quiera en casa.
ORACIÓN: Querido Señor, gracias porque me amas, incluso cuando me disciplinas. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
1.- Si has sido disciplinado correctamente, ¿qué beneficio obtuviste?
2.- ¿Cómo muestra la disciplina de Dios su amor por ti?
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