Pero Tomás, uno de los doce, conocido como el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Entonces los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Y él les dijo: «Si yo no veo en sus manos la señal de los clavos, ni meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré».
Juan 20:24-25
Dudar no era el principal problema de Tomás. Que dudara no era el verdadero problema. De quien dudaba era el problema.
En un mundo como este, impresionantemente hermoso, pero devastadoramente quebrantado por el pecado, no culpo a nadie por tener dudas. A menudo no se puede confiar en las personas. A los líderes a menudo parece importarles más el poder, la política y las posiciones que hacer las cosas correctas por la razón correcta. Aquellos a quienes más amamos a veces nos lastiman más. No se puede contar con nada en la tierra al 100 por ciento. Entonces, la duda no está del todo fuera de lugar. Dudar probablemente evita que seamos ingenuos y vulnerables a lo que parece demasiado bueno para ser verdad.
Y las promesas de Jesús a menudo parecen demasiado buenas para ser verdad. Él nos promete la paz que el mundo no puede dar, la paz que el caos del mundo no puede ahuyentar. Él promete quitar los pecados que el mundo nunca perdonará. Él promete vida y amor. Así que, si dudas de lo que Dios ha hecho por ti en Jesucristo, tus dudas están fuera de lugar.
Martín Lutero dijo: «Aunque los cristianos continúan creyendo hasta que mueren, a menudo tropiezan y comienzan a dudar» (Luther’s Works 54:454). Ser bautizado no significa que ya no eres humano; significa que, en la lucha por ser demasiado humano, se te ha dado una promesa bautismal que envuelve tus dudas en tres chorros de agua en el poderoso nombre de la Santísima Trinidad. Alabado sea Jesús que dice: «no seas incrédulo, sino creyente» (Juan 20:27b). El Espíritu Santo crea y cura nuestra fe hablando vida a través de la Palabra y los Sacramentos.
En esta vida misma tendremos problemas para creer. «Si yo no veo en sus manos la señal de los clavos», proclama desafiantemente Tomás, si no «meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré». Atravesando la nube de la duda, Jesús ayuda a Tomás a ver finalmente la verdad, y el que dudaba confiesa la fe con entusiasmo: «¡Señor mío, y Dios mío!» (Juan 20:28b). Este mismo Señor resucitado camina victorioso a través de nuestro escepticismo y cinismo y nos levanta a ti y a mí de nuestro mar de dudas.
ORACIÓN: Jesús, creo en ti. Ayúdame en mi incredulidad. Amén.
Reverendo Dr. John Nunes, orador invitado de La Hora Luterana
Para reflexionar:
* Hace mil años, un líder de la iglesia llamado Pedro Abelardo dijo que al dudar, los cristianos «son llevados a hacer preguntas; y de este cuestionamiento vemos la verdad». ¿Alguna vez te ha pasado esto?
* «El Espíritu Santo no es escéptico», dice Martín Lutero, «…lo que ha escrito en nuestros corazones» no es «ni duda ni mera opinión […] sino que sus palabras en nuestros corazones son más seguras y ciertas que la vida misma». ¿Cómo nos ayuda el Espíritu Santo a superar nuestras dudas?
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