No tengan deudas con nadie, aparte de la deuda de amarse unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Los mandamientos: «No adulterarás», «no matarás», «no hurtarás», «no dirás falso testimonio», «no codiciarás», y cualquier otro mandamiento, se resume en esta sentencia: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». El amor no hace daño a nadie. De modo que el amor es el cumplimiento de la ley.
Romanos 13:8-10
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Para ser honesto, esto nunca me gustó mucho. Me da la impresión de que, al seguirlo, estoy pasando por alto las fallas de los demás. Después de todo, eso es lo que hago conmigo (y ya es mucho trabajo). Si alguien se beneficia de la duda, soy yo. Si alguien es excusado por una reacción exagerada, sí, yo otra vez. Sé que a veces puedo ser demasiado directo, falto de compasión, demasiado crítico, insensible y egoísta, pero bueno, así soy yo.
Pero Pablo no solo está diciendo que debemos pasar por alto las faltas de nuestros prójimos, sino también amarlos y cuidarlos intencionalmente, como lo hacemos por nosotros mismos. ¿Están en necesidad? ¿Qué podemos hacer para ayudar? ¿Están luchando con problemas personales? ¿Cómo podemos apoyarlos y demostrarles que nos preocupamos? Según Pablo, de esto es de lo que realmente se trata la Ley.
Por supuesto que Jesús fue un maestro en esto. Mientras el Dios encarnado caminaba por este mundo, amaba a quienes encontrara, dondequiera que los encontrara. Fueran judíos o gentiles, samaritanos, romanos, griegos o de cualquier otro origen, Jesús siempre les mostró compasión. Él estaba ahí para ellos, dándonos así un ejemplo supremo a seguir.
Pero, si bien necesitamos un ejemplo a seguir, más necesitamos a Jesús mismo. Porque más allá de cuánto amemos a los demás, nuestras buenas acciones hacia nuestro prójimo no cumplen con la justa demanda de la Ley. El apóstol Pablo sabía esto muy bien. Pasó años tratando de alcanzar la justicia ante Dios a través de la Ley, pero descubrió que era inútil. Nuestra naturaleza corrompida no nos lo permite. Dios tenía que intervenir, y en Jesús lo hizo.
«Porque Dios ha hecho lo que para la ley era imposible hacer, debido a que era débil por su naturaleza pecaminosa: por causa del pecado envió a su Hijo en una condición semejante a la del hombre pecador, y de esa manera condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no seguimos los pasos de nuestra carne, sino los del Espíritu» (Romanos 8:3-4).
Gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesús, la ley está cumplida para nosotros. Ahora, llenos del Espíritu Santo de Dios, podemos amar a los demás como Jesús nos amó a nosotros.
ORACIÓN: Padre Celestial, por el poder de tu Santo Espíritu en nuestras vidas haz que amemos a los demás así como nos amamos a nosotros mismos. En el nombre de Jesús. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
1.- ¿Qué tan difícil es para ti amar, en general, a las personas?
2.- ¿En qué cambiaría tu actitud hacia tu prójimo si lo amaras tanto como te amas a ti mismo?
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