Moisés […] reunió a los setenta ancianos del pueblo, y los hizo esperar alrededor del tabernáculo. Entonces el Señor descendió en la nube, y habló con él. Tomó del espíritu que estaba en él, y lo puso en los setenta ancianos; y cuando el espíritu se posó en ellos, comenzaron a profetizar…
En el campamento se habían quedado Eldad y Medad, dos varones sobre los cuales también se posó el espíritu. Aunque estaban entre los escogidos, no se habían presentado en el tabernáculo; sin embargo, comenzaron a profetizar en el campamento. Entonces un joven fue corriendo a decirle a Moisés: «¡Eldad y Medad están profetizando en el campamento!». Josué hijo de Nun, que era ayudante cercano de Moisés, le dijo: «Moisés, mi señor, ¡no se lo permitas!». Pero Moisés le respondió: «¿Acaso tienes celos por mí? ¡Cómo quisiera yo que todo el pueblo del Señor fuera profeta! ¡Cómo quisiera yo que el Señor pusiera su espíritu sobre ellos!».
(Números 11:24, 25, 26-29)
¡Cuánto simpatizo con Moisés! ¿Qué líder de la iglesia no sueña con el día en que el pueblo de Dios sea maduro y lleno del Espíritu Santo, para poder dejar el trabajo duro del ministerio e ir a pescar? Con razón Moisés dijo: «¡Cómo quisiera yo que el Señor pusiera su espíritu sobre ellos!». ¡Si Dios hiciera eso, Moisés sería libre!
Pero Dios ya ha enviado el Espíritu Santo sobre todos los cristianos en Pentecostés. Él está viviendo y obrando en nosotros. Puede que no lo mostremos profetizando o hablando en otros idiomas, pero Él es real y está con nosotros. Entonces, ¿por qué nuestros pastores no están sin trabajo?
Nos guste o no, la obra del Espíritu suele ser lenta. Es cierto que Él podría darnos la perfección en un momento si quisiera, pero ese no parece ser el estilo de Dios. Antes bien, Él obra de la manera que Pablo describió en Efesios 4 versículos 13 y 15, edificando al cuerpo de Cristo «hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios; hasta que lleguemos a ser un hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; […] para que profesemos la verdad en amor y crezcamos en todo en Cristo, que es la cabeza».
Gracias a la fe que nos da el Espíritu Santo creemos en Jesús, quien murió y resucitó por nosotros. Él ya nos ha librado del poder del mal y nos ha hecho hijos perdonados de Dios, y ahora vivimos haciéndonos más y más como Jesús, mientras el Espíritu obra en nuestros corazones. Este crecimiento no lo podemos lograr por nuestra cuenta; pero el Espíritu Santo sí puede y lo hace en nosotros, mientras esperamos pacientemente que Dios cumpla su promesa y nos lleve a la plena madurez en Jesús, nuestro Salvador.
ORACIÓN: Querido Señor, quédate conmigo. Haz tu voluntad en mí y ayúdame a ser paciente. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿De qué manera has visto trabajar al Espíritu Santo en la vida de otras personas?
* ¿Cómo crees que el Espíritu está obrando en ti ahora?
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