Con Jesús llevaban también a otros dos, que eran malhechores, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron allí, lo mismo que a los malhechores, uno a la derecha de Jesús y otro a su izquierda.
Lucas 23:32-33
«¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!».
Me pregunto qué pensaron los que estaban parados viendo semejante espectáculo cuando escucharon al malhechor decir esto.
“¿Y tú quién te crees?”, me imagino que le respondió aquella persona cuya vida y familia fueron irreversiblemente dañadas por los crímenes y abusos sin sentido de este malhechor.
“Tarde para esa rebusca”, se me ocurre que dijo uno de los seguidores de Jesús, tal vez pensando que la súplica moribunda de ese criminal al Rabino no era sincera y apestaba a animosidad.
Pero cuanto más lo pienso, más puedo verme diciendo lo mismo en esa horrible situación: “¿No eres el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! ¡Sácanos de estas cruces abandonadas por Dios! ¡Salgamos de esta en un resplandor de gloria! ¡Démosle su merecido a estos pomposos caudillos romanos y a los corruptos pretendiendo ser buenos judíos que te pusieron aquí! ¡No te mueras! ¡Haz algo, Jesús!”.
¿No eres el Cristo?
Ese malhechor no era el único asombrado. Hubo informes de que el agua se había convertido en vino, hubo afirmaciones de curaciones fantásticas, incluso testimonios extraños de muertos resucitados. Entonces, ¿qué estaba pasando? ¿Era una trampa de la multitud oprimida que lo seguía, esperando contra toda esperanza que de alguna manera este Jesús fuera más que sólo un hombre?
¿Qué estaba pasando? Hacía apenas una semana, esas mismas multitudes habían aplaudido su entrada en Jerusalén. Todo el mundo estaba emocionado; la sensación de esperanza era tan palpable en ese momento, como lo era después el sabor de la sangre y el sudor en el aire.
No; el malhechor condenado no lo entendió y dudo que algunos pocos, si es que alguien, en la multitud entumecida entendiera tampoco. Los judíos allí presentes habían escuchado el mensaje acerca del Mesías durante años, sentados en sus sinagogas mientras que los eruditos les leían de los antiguos pergaminos, detallando la promesa de Dios de que algún día vendría un Mesías.
No, no lo entendieron, pero pronto lo entenderían.
Pablo explicó bien el misterio supremo de Dios: «Por eso hasta hoy no dejo de dar mi testimonio a grandes y pequeños. Y no digo nada que no hayan dicho ya los profetas y Moisés. Por ejemplo, que el Cristo tenía que padecer, y que sería el primero en resucitar de los muertos, para anunciar la luz al pueblo de Israel y a las naciones» (Hechos 26: 22b-23).
No, yo no lo hubiera esperado tampoco. Hubiera querido más de Jesús, en ese mismo momento. Pero gracias a Dios, él viene a nosotros a través de su Hijo, quien perdona nuestra ignorancia y nos otorga una nueva vida a través de la fe en él, nuestro intermediario.
ORACIÓN: Señor Dios, gracias por romper nuestros corazones de piedra y revivirnos por tu gracia. En el nombre de Jesús oramos. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
1.- ¿Alguna vez te identificaste con alguno de los malhechores ejecutados con Jesús? ¿De qué manera?
2.- ¿Qué papel juega la crucifixión de Jesús en nuestra vida cotidiana como cristianos?
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