¡Escúchenme, costas y pueblos lejanos! El Señor me llamó desde el vientre de mi madre; tuvo en cuenta mi nombre desde antes de que yo naciera. Hizo de mi boca una espada aguda, y me cubrió con la sombra de su mano; hizo de mí una flecha bruñida, y me guardó en su aljaba. Y me dijo: «Israel, tú eres mi siervo. Tú serás para mí motivo de orgullo». Pero yo dije: «De balde he trabajado. He gastado mis fuerzas sin ningún provecho. Pero el Señor me hará justicia; mi Dios me dará mi recompensa».
Pero ahora ha hablado el Señor, el que me formó desde el vientre para que fuera yo su siervo; para que reuniera a Jacob, para que hiciera a Israel volverse a él (así yo seré muy estimado a los ojos del Señor, y mi Dios será mi fuerza), y ha dicho: «Muy poca cosa es para mí que tú seas mi siervo, y que levantes las tribus de Jacob y restaures al remanente de Israel. Te he puesto también como luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra».
Así ha dicho el Señor, el Santo Redentor de Israel, al que es menospreciado, al que es odiado por las naciones, al siervo de los gobernantes: «Los reyes y los príncipes te verán y se levantarán, y se inclinarán ante el Señor, porque el Santo de Israel, que te ha escogido, es fiel».
(Isaías 49:1-7).
Este pasaje de Isaías es una imagen asombrosamente humana de Jesús. Muy a menudo nos enfocamos en Jesús como Dios: su poder, su santidad y bondad, la forma en que Él nos provee. Pero aquí vemos a Jesús en sus propias palabras diciéndonos cómo fue vivir su vida como un Hombre, un siervo de Dios.
¿Y qué nos muestra? Él enfrenta el mismo tipo de conflictos que nosotros enfrentamos. Dios el Padre ha llamado a Jesús para hacer un trabajo particular, llevar a las personas del mundo de regreso a Él, y Jesús lo sabe. Menciona cómo Dios le dio nombre cuando fue concebido en el vientre de María, cómo Dios lo preparó como un arma para ser usada contra los poderes del mal.
Y aún más. ¡Y aún más! Jesús experimenta los mismos sentimientos que tenemos nosotros de estrés, miedo y depresión. Todo su arduo trabajo, todas las curaciones, las enseñanzas, los viajes y las discusiones, ¿de balde ha trabajado? Como cualquier hombre, Él pone su confianza en Dios y se apoya en Él para recibir fortaleza. El Hijo de Dios encarnado no se avergüenza de comportarse como cualquier creyente; Él es nuestro modelo en esto también.
Y el Padre le dice: «Muy poca cosa es para mí que tú seas mi siervo, y que levantes las tribus de Jacob y restaures al remanente de Israel. Te he puesto también como luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra». Y Jesús considera un honor que el Padre haya confiado en Él para salvarnos a todos nosotros, a través de su propio sufrimiento, muerte y resurrección.
Estoy agradecida por esta vista al corazón de Jesús: que pueda acercarme a sus sentimientos y luchas como hombre, así como a su poder y gloria como Dios. Este Jesús humano y divino es nuestro Salvador.
¡Gracias a Dios! Amén.
ORACIÓN: Padre Celestial, gracias por enviarnos a tu Hijo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Algo te sorprendió en este pasaje de Isaías? ¿Qué y por qué?
* ¿Alguna vez pensaste que debe haber sido fácil para Jesús hacer lo que hizo, porque era Dios?
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