Después de anunciar el evangelio en aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, los dos regresaron a Listra, a Iconio y a Antioquía, y allí infundían ánimo a los discípulos y los alentaban a mantener la fe. Les decían: «Para entrar en el reino de Dios nos es necesario pasar por muchas tribulaciones».
Hechos 14:21-22
El sufrimiento duele y nos hace llorar; nos entristece, nos agota y hasta puede enfurecernos. Nadie quiere sufrir, pero no podemos escapar de él. Es parte de la tragedia humana pecaminosa en la que todos nacemos. Yo también sufro. Sufro por mi familia, por mi salud y por las finanzas. Y he notado que cuando sufro, a veces desafío a Dios: ¿Por qué permites que me suceda esto? ¿Dónde estás cuando estoy sufriendo? No estoy orgulloso de hacer estas preguntas. Pero no me agrada cuando no entiendo lo que el Señor está tratando de decirme. Lamentablemente, cuando estoy sufriendo no pienso que pueda ser por causa mía, sino que trato de culpar a los demás por lo que me sucede.
Al menos así solía ser.
Pero un día leí un artículo sobre una niña que nació sin la capacidad de sentir dolor, por lo que no sabía cómo ciertas cosas podían ser malas o peligrosas para ella. Al no sentir dolor, fue fácil para ella cortarse las manos. Al no sentir dolor, apenas se dio cuenta cuando el agua hirviendo le quemó el cuerpo. Incidentes como estos la dejaron con tales cicatrices, que llegó a contemplar el suicidio.
Al final del artículo, el autor concluyó que el sufrimiento es una especie de «amigo», como una llamada de atención para advertirnos. A través de él aprendemos lo que es bueno y malo para nosotros.
Lo mismo es cierto en el ámbito espiritual. Sin sufrimiento no podemos saber qué es eternamente peligroso para nosotros. Para ayudarnos a crecer y aprender, Dios puede permitir que suframos. Es su forma de protegernos de algo que podría ser mucho peor.
Pero Dios nunca nos deja solos en el sufrimiento. Él está siempre con nosotros, asegurándose de que el dolor sea constructivo y no abrumador. De esta manera, Él nos enseña y nos da las bendiciones que provienen de una fe que se apoya en Él.
El apóstol Pablo lo sabía bien: «…Se me clavó un aguijón en el cuerpo, un mensajero de Satanás, para que me abofetee y no deje que yo me enaltezca. Tres veces le he rogado al Señor que me lo quite, pero él me ha dicho: «Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí. Por eso, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en las afrentas, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias; porque mi debilidad es mi fuerza» (2 Corintios 12: 7b-10).
Que todos tengamos una fe que confíe en Dios en los momentos difíciles y dolorosos de nuestra vida.
ORACIÓN: Padre Celestial, concédeme fe para confiar en tus caminos bondadosos en mi vida. En el nombre de Jesús. Amén.
Myo Aundra Maw, LHM Myanmar
Para reflexionar:
1.- Cuando pasas por problemas o sufrimientos, ¿te apoyas más o menos en Dios?
2.- ¿De qué manera un problema o sufrimiento puede acercarnos más a Dios?
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