«…Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, y decían: «¿Y cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «De cierto, de cierto les digo: Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Así como el Padre viviente me envió, y yo vivo por el Padre, así también el que me come también vivirá por mí. Éste es el pan que descendió del cielo. No es como el pan que comieron los padres de ustedes, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente».
Jesús dijo estas cosas en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Juan 6: 51-59
Cuando era adolescente pertenecía a un grupo de Girl Scouts (muchachas exploradoras) donde nos enseñaron cómo dar primeros auxilios. Una de las cosas que nos enseñaron fue cómo hacer un torniquete, cómo tomar un cinturón o una bufanda y ponerlo muy rápido y apretado en el brazo o la pierna de alguien sangrando si no podíamos detener el sangrado de otra manera. Algo nos dejaron muy claro: si hacíamos un torniquete debíamos dejarlo durante el menor tiempo posible, porque estaríamos cortando el torrente sanguíneo del brazo o la pierna, y eso podría ocasionar que la extremidad comenzara a morir. Si el torrente sanguíneo permanece cortado por mucho tiempo, los médicos tendrían que amputar.
Eso es en lo que pienso cuando leo las palabras de Jesús acerca de beber su sangre. Como creyentes, somos las células de su cuerpo, somos miembros del cuerpo de Cristo. Las células dependen de la sangre para que les proporcione oxígeno y alimento para obtener energía y para llevarse sus desechos. Sin esa ayuda, mueren muy rápido.
Como miembros del cuerpo de Cristo, también dependemos de su sangre para mantenernos vivos y funcionando cada minuto de nuestras vidas. Todo comenzó en el Calvario, donde Jesús entregó su vida en la cruz por nosotros. Su sangre se convirtió en la fuente de vida para nosotros, resucitándonos de la muerte espiritual y dándonos vida en Él. Nos convertimos en sus miembros, sus células.
Y ahora que Jesús ha resucitado de entre los muertos, continúa dándonos vida, todos los días de nuestras vidas. Dependemos de Él para obtener el poder, la sabiduría, la misericordia y el perdón que necesitamos, minuto a minuto. Él vive en nosotros y nosotros vivimos en Él. No podemos lograrlo sin Él. No podemos hacerlo solos. Su sangre es nuestra vida.
Y debido a que él es generoso, nos ha dado otro regalo maravilloso: su propio cuerpo y sangre en la Cena del Señor. No son solamente nuestros espíritus, sino también nuestros cuerpos los que se nutren de su regalo. ¡Mira cuánto nos ama!
ORACIÓN: Señor Jesús, gracias. Ayúdame a depender de ti con alegría todos los días de mi vida. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* Cuando piensas en sangre, ¿sueles pensar en la vida o en la muerte? ¿Por qué?
* ¿En qué piensas cuando comulgas?
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