Fíjate bien: hoy he puesto delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Lo que yo te mando hoy es que ames al Señor tu Dios, que vayas por sus caminos, y que cumplas sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y para que el Señor tu Dios te bendiga en la tierra de la cual vas a tomar posesión. Pero si apartas tu corazón y no prestas atención, y te dejas llevar, y te inclinas ante dioses ajenos y les sirves, en este día yo les hago saber que ustedes serán destruidos por completo, y que no prolongarán sus días en la tierra al otro lado del Jordán, de la cual van a tomar posesión.
Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días.
Deuteronomio 30:15-20a
Esta es una descripción clásica del lío en el que nos encontramos como seres humanos. La elección es simple, ¿no? Vida o muerte. Amor u odio. Amar al Señor o vivir como su enemigo. No es una elección difícil, ¿verdad?
Y sin embargo, de alguna manera, ninguno de nosotros toma la decisión correcta. Todos los días, en cosas pequeñas o grandes, nos equivocamos y elegimos la muerte. Decimos mentiras. Chismeamos y murmuramos. Tratamos a los demás injustamente. Hacemos cosas turbias porque «todo el mundo lo hace». No logramos controlar nuestro temperamento y causamos dolor a las personas que no lo merecen. Y excusamos todo esto diciendo: «Solo somos humanos».
Bueno, sí. Ese es el problema. Solo somos humanos, y «humano» en este caso significa humano mimado, humano arruinado. «Humanos» ya no es la forma en que Dios nos creó. Nos hemos infectado por el pecado, y parece que ya no podemos ir bien, sin importar cuánto lo intentemos.
Moisés tenía razón: esto lleva a la muerte. Muerte del cuerpo, ya que maltratamos nuestros cuerpos y hacemos lo que sabemos que es malo para ellos. Muerte de las relaciones, ya que maltratamos a otras personas hasta llegar a una ruptura. Muerte del alma, porque Dios es santo, y lo que está roto, torcido, profano y odioso nunca puede sobrevivir en Su presencia.
Solo hay una forma de salir de este lío, y no tiene nada que ver con nuestros propios esfuerzos: Jesús.
Jesús es la respuesta de Dios al lío en el que estamos. Jesús, quien es Dios mismo, descendió para hacer por nosotros lo que nunca podríamos hacer por nosotros mismos. Jesús, quien dio su vida para que pudiéramos recuperar la nuestra (sanados, perdonados, liberados de la trampa del pecado). Jesús, que resucitó de entre los muertos y vive para siempre, y que nos llama a sí mismo.
Al final, la elección que importa no es nuestra, es de Dios. Y la elección de Dios es para ti: la vida, para siempre, en su familia.
ORACIÓN: Querido Padre, gracias por elegirme como tuyo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Alguna vez has tratado de ser perfecto? ¿Qué pasó?
* ¿Cómo te hace sentir saber que Jesús te tiene cubierto con su muerte y resurrección, ahora y para siempre?
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