Entonces Pedro se puso de pie, junto con los otros once, y con potente voz dijo: «… israelitas, escuchen mis palabras: Jesús nazareno, que fue el varón que Dios aprobó entre ustedes por las maravillas, prodigios y señales que hizo por medio de él, como ustedes mismos lo saben, fue entregado conforme al plan determinado y el conocimiento anticipado de Dios, y ustedes lo aprehendieron y lo mataron por medio de hombres inicuos, crucificándolo. Pero Dios lo levantó, liberándolo de los lazos de la muerte, porque era imposible que la muerte lo venciera […] Pues a este Jesús Dios lo resucitó, y de eso todos nosotros somos testigos. Y como él fue exaltado por la diestra de Dios, recibió del Padre la promesa del Espíritu Santo, y ha derramado esto que ahora están viendo y oyendo […] »Sépalo bien todo el pueblo de Israel, que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo».
Hechos 2:14a, 22-24, 32-33, 36
Cuando escucho lo que dice Pedro aquí, me pregunto por qué no huyeron los que lo oían. ¡Básicamente los está llamando asesinos! Pedro les dice cosas como: «Jesús nazareno […] fue entregado conforme al plan determinado y el conocimiento anticipado de Dios, y ustedes lo aprehendieron y lo mataron por medio de hombres inicuos, crucificándolo», y cosas como: «Sépalo bien todo el pueblo de Israel, que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Cristo». ¿Cómo podían soportar escucharlo?
Pero Pedro no les está hablando solamente a los israelitas frente a él; también nos está hablando a nosotros, a todos los que alguna vez nos hemos rebelado contra Dios. Fue nuestro pecado lo que envió a Jesús a la cruz; son nuestras manos las que están rojas con su sangre. Y eso es insoportable. Mejor negarlo; mejor escondernos de nuestra responsabilidad; mejor echarle la culpa a otro.
Y, sin embargo, Pedro puede decir estas cosas y nosotros podemos aceptarlas, por una sola razón: porque Jesús transformó el gran mal que le hicimos a Él en el acto de amor más maravilloso que jamás hayamos visto. Porque Él fue a esa cruz voluntariamente, ¿no es así? Cooperó con nuestro asesinato, si me permiten usar esa palabra. Y al hacerlo, nos redimió y nos hizo personas nuevas, limpias, perdonadas y amadas. Todo nuestro mal fue quitado. No quedó nada más que nosotros, los hijos de Dios, viviendo en Cristo mismo, el Hijo de Dios. Y Jesús no nos condenará.
Esa es la única forma en que podemos enfrentar las acusaciones de Pedro, o cualquiera de los pecados de nuestro pasado, que hieren tan profundamente nuestros corazones y marcan nuestra memoria. Solamente es posible enfrentar esas cosas cuando Jesús nos tiene a salvo en sus manos, recordándonos cuánto nos ama, diciéndonos, una y otra vez, que estamos perdonados. Así que al fin podemos desarrollar la fuerza para enfrentar la culpa y la vergüenza que nos han perseguido toda nuestra vida. No podemos hacerlo por nuestra cuenta. Pero estando con Jesús crucificado y resucitado, quien nos ama, sí podemos. Finalmente podemos enfrentar y dejar atrás el pasado, porque Jesús es nuestro presente y nuestro futuro, y en Él tenemos amor, paz y esperanza. Nuestros pecados se han ido. Jesús permanece.
ORACIÓN: Señor, ayúdame cuando deba enfrentar dolor, y sé mi sanador y Salvador. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Crees que es más fácil confiar en alguien que te quiere o en alguien que no?
* ¿Qué haces cuando te sientes culpable?
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