Hermanos, puesto que con toda libertad podemos entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, es decir, de su propio cuerpo, y puesto que tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con un corazón sincero, y con la plena seguridad de la fe, con el corazón purificado de una mala conciencia, y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengamos firme y sin fluctuar la esperanza que profesamos, porque fiel es el que prometió. Tengámonos en cuenta unos a otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como es la costumbre de algunos, sino animémonos unos a otros; y con más razón ahora que vemos que aquel día se acerca.
Hebreos 10: 19-25
La mayoría de los lugares en los que he trabajado tienen entradas especiales. Nadie puede entrar al edificio a menos que tenga una tarjeta computarizada y la ponga frente al sensor. Mi hijo pequeño le decía la «tarjeta mágica». Me daba «poderes especiales». Con ella podía abrir puertas cerradas e ir a lugares secretos a los que nadie más podía ir. ¡Mi hijo se ponía tan feliz cuando dejaba que él usara mi tarjeta de acceso y las puertas se le abrían frente a sus ojos!
Los adultos también podemos ser así, ¿verdad? Hay lugares a los que queremos ir, lugares que nuestros corazones anhelan, y queremos entrar allí. Incluso si sabemos que no tenemos derecho de entrar, queremos acceso. Queremos ser bienvenidos. Queremos esa tarjeta mágica.
El escritor de Hebreos habla de «lugares santos». ¿A qué se refiere? Se refiere a la presencia misma de Dios, ya sea en la tierra en el antiguo templo, ahora destruido, o en el cielo mismo, en cuya realidad el templo es una tenue sombra. Nuestros corazones quieren ir allí. Queremos estar en la presencia de Dios, aunque sabemos que en nosotros mismos, no somos aptos para ello: estamos quebrantados, inmundos, insuficientes de muchas maneras. Pero aún lo anhelamos. Él es el Dios que nos hizo, el Dios que es todo hermoso y glorioso, el Dios para el que fuimos hechos. Estar con Él es vida, gozo y bienaventuranza. Sabemos que Él detendría el dolor solitario que ha estado en el fondo de nuestros corazones desde siempre.
Pero ¿cómo podríamos estar delante de Él? ¿Cómo podríamos ser bienvenidos allí, en ese lugar especial? De una sola manera: a través de la entrada que Jesús creó por nosotros a través de su propio cuerpo. Él es la «cortina» que describe el escritor de Hebreos, la que se rasgó y se rompió el Viernes Santo, cuando Jesús nos abrió el camino al paraíso. Podemos ir al Padre a través de Jesús, nuestra entrada, y gracias a Él, encontramos bienvenida, perdón y gozo.
ORACIÓN: Señor, tú te convertiste en el camino de la vida para nosotros. Gracias. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿A cuál lugar o evento especial, realmente, absolutamente deseas acceder?
* ¿Pudiste entrar? ¿Cómo lo hiciste?
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