La palabra del Señor vino a mí, y me dijo: «Ustedes en la tierra de Israel acostumbran repetir aquel refrán que dice: «Los padres se comieron las uvas agrias, y a los hijos les dio la dentera». ¿En verdad lo creen? Vivo yo, que ese refrán nunca más volverá a repetirse en Israel. Todos ustedes son míos. Lo mismo el padre que el hijo. Sólo morirá quien peque. Nadie más…
»Escúchenme ahora, pueblo de Israel. Tal vez digan: «Los caminos del Señor no son rectos». ¿Pero en verdad no son rectos? ¿No es, más bien, que los caminos de ustedes son torcidos? Si el justo deja de ser justo e incurre en actos malvados, merece la muerte, ¡y morirá por la maldad que cometió! Pero si el malvado se aparta de su maldad y se apega al derecho y a la justicia, habrá salvado su vida por fijarse en todas las transgresiones que había cometido y apartarse de ellas. Así que no morirá, sino que vivirá. Pero si aun así el pueblo de Israel sigue diciendo: «Los caminos del Señor no son rectos», ¿en verdad no son rectos mis caminos, pueblo de Israel? ¡Lo cierto es que son los caminos de ustedes los que no son rectos!».
(Ezequiel 18:1-4, 25-29).
Dios suena completamente escandalizado. ¿Cómo se atreve el pueblo de Israel a usar un proverbio que se reduce a «los padres pecan, y los hijos pagan por ello»? ¡Dios no acepta nada de eso en su reino! Allí habrá justicia y misericordia. Lo único que no habrá es injusticia, porque Dios la odia con todo su corazón.
El problema es que a los seres humanos nos cuesta distinguir entre la injusticia y la misericordia. Sabemos que la justicia es recibir lo que uno merece, y no tenemos problema con eso. Pero ¿qué pasa cuando no recibimos lo que merecemos? Ahí es cuando tenemos que pensar con cuidado, porque podemos caer por debajo de la justicia o volar por encima de ella.
En Jesucristo, Dios se eleva por encima de la justicia. Él toma el peso de los pecados del mundo, los carga sobre sí mismo y los lleva a la cruz. Esto no es injusticia, porque Jesús es totalmente inocente. Esto es generosidad. Esto es misericordia. Porque Jesús se ofreció en forma voluntaria para tomar el dolor que nos correspondía, para que nosotros recibamos el beneficio. Y todo por puro amor y compasión hacia nosotros.
Siendo beneficiarios de su amor, ¿cómo podemos negar esa bondad a quienes nos rodean? Ellos también están en necesidad; ellos también son pecadores. Jesús ha muerto y resucitado por ellos. Y si confían en Él para que los perdone, ellos también tendrán una vida nueva y un gozo eterno. Esto no es una injusticia, sin importar lo que hayan hecho, o lo que hayamos hecho nosotros. Esto es misericordia.
Hablemos de Jesús, para que puedan disfrutar con nosotros de su misericordia.
Santo Padre, gracias por tu generosa misericordia para con todos nosotros. En Jesús, tu hijo. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
*¿De qué maneras ha demostrado Dios su misericordia en tu vida?
*¿Cómo puedes compartir la misericordia de Dios con quienes te rodean?
© Copyright 2023 Cristo Para Todas Las Naciones