Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre y a quien yo les enviaré de parte del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y ustedes también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio (…) Pero les he dicho estas cosas para que, cuando llegue ese momento, se acuerden de que ya se lo había dicho. No les dije esto al principio, porque yo estaba con ustedes. Pero ahora vuelvo al que me envió; y ninguno de ustedes me pregunta: «¿A dónde vas?». Al contrario, por esto que les he dicho, su corazón se ha llenado de tristeza. Pero les digo la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, yo se lo enviaré.
Juan 15:26-27, 16:4-7
Cuán difícil debe haber sido este momento para los discípulos de Jesús. Habían pasado tres años conociendo a su amado rabino y confidente. Pero a Jesús se le estaba acabando el tiempo y ellos lo sabían. Sus palabras, si bien profundas y consoladoras, les deben haber sonado devastadoras en medio de la niebla de la emoción. Jesús les está diciendo que pronto se irá para regresar al Padre celestial; seguramente era lo último que querían escuchar.
«Pero ahora vuelvo al que me envió; y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’. Al contrario, por esto que les he dicho, su corazón se ha llenado de tristeza». El corazón de sus discípulos estaba apesadumbrado. Estaban afligidos por lo que sabían que iba a suceder, porque iban a perder a su mejor Amigo. Ellos no conocían al Consolador, querían solo a Jesús.
Pero la misión de Jesús no era solo amar y cuidar a sus discípulos y a aquellos que creyeron en él hace dos mil años. Jesús vino para ti y para mí hoy, y para los que vendrán después de nosotros. Lo que sus discípulos tanto temían —su muerte y partida— señalaría el acto supremo del amor, la misericordia y el perdón de Dios en la cruz de Jesús, confirmado luego en su resurrección de entre los muertos. Jesús les estaba diciendo a sus discípulos que el Consolador venidero, el Espíritu Santo, estaría allí para ayudarlos y asegurarles que estas cosas son verdaderas.
Y eso es lo que nos dice también a ti y a mí hoy. Cuando estamos deprimidos y nos sentimos solos, cuando anhelamos el consuelo y la seguridad de nuestra fe, Dios está aquí con nosotros. Jesús conoce nuestros corazones apesadumbrados. Sabe que hay muy poca paz en este mundo. Él quiere que recordemos lo que olvidamos tan pronto: que él reina victorioso y, porque lo hace, en fe nosotros también. «Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
ORACIÓN: Padre celestial, concédenos tu paz y tranquilidad cuando nuestro corazón esté apesadumbrado. En el nombre de Jesús. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
* ¿Cuál fue el adiós más difícil que has tenido que decir?
* ¿Qué crees que temían más los discípulos con la partida de Jesús?
© Copyright 2021 Cristo Para Todas Las Naciones
Suscríbete y recibe el devocional diariamente en tu e-mail: