No entiendo qué me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Y si hago lo que no quiero hacer, compruebo entonces que la ley es buena. De modo que no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que habita en mí.
Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Entonces, aunque quiero hacer el bien, descubro esta ley: que el mal está en mí. Porque, según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero encuentro que hay otra ley en mis miembros, la cual se rebela contra la ley de mi mente y me tiene cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Doy gracias a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
(Romanos 7:15-25a)
Pablo suena increíblemente frustrado, y realmente, ¿quién puede culparlo? Porque desde un punto de vista, el vivir como cristiano es vivir con un corazón dividido. Por un lado, somos hijos de Dios que amamos y confiamos en Jesús y queremos andar en sus caminos. Pero, por otro, sentimos la diaria tentación y, cuanto más maduros nos volvemos en Cristo, ¡más conscientes somos de nuestra pecaminosidad! ¡Qué sería de nosotros si nuestra salvación dependiera de nuestra superación personal!
Pablo tiene razón cuando dice: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Doy gracias a Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo!».
Porque ese es el otro lado de vivir como cristiano. Es saber que Dios nos amó lo suficiente como para venir a este mundo en la persona de Jesús, nuestro Salvador. Es saber que Jesús eligió dar su vida para rescatarnos de nuestra lucha imposible con el pecado, la tentación y la culpa, para sacarnos de todo eso, clavándolos en su cruz. Es saber que ya tenemos vida eterna, incluso mientras luchamos, porque Jesús ha resucitado de entre los muertos y comparte su victoria con nosotros.
Y porque Jesús ha muerto y resucitado por nosotros, ahora la lucha es diferente. Todavía podemos estar frustrados, pero sabemos que nuestra salvación no depende de ello. Jesús se ha encargado de eso. El Espíritu Santo está haciendo su obra, ya sea que lo veamos claramente o no. Y nuestra lucha tendrá un punto final, ya sea cuando muramos o cuando Jesús regrese para reinar. ¡Gracias a Dios!
Señor, cuando me sienta frustrado y tentado a desesperarme, ayúdame a poner en ti mi corazón. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿De qué manera el perdón de Jesús quita el aguijón de la lucha?
* ¿Qué haces para encontrar esperanza en Jesús cuando estás frustrado contigo mismo?
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