¡Sea tu gloria eterna, Señor! ¡Que te regocijen las obras que has hecho! Si miras la tierra, ésta tiembla; si tocas los montes, éstos echan humo. Señor, ¡toda mi vida te cantaré! Dios mío, ¡yo te cantaré salmos mientras viva!
Salmo 104: 31-33
Aunque realmente no podemos imaginarnos como será exactamente, esperamos ver y experimentar la gloria del Señor en el cielo. Los santos y ángeles rodean el trono y continuamente ofrecen alabanza al Dios, «que habita en luz inaccesible» (1 Timoteo 6: 16a). Esperamos la gloria de Dios en su reino celestial. Pero cuando la gloria del Señor toca la tierra, ese es un asunto completamente diferente. El Señor mira la tierra y tiembla en eventos que solemos asociar con desastres, no con gloria. Las montañas humean a su menor contacto.
Hace mucho tiempo, el Señor descendió y su presencia tocó una montaña llamada Sinaí. «Todo el monte Sinaí humeaba porque el Señor había descendido sobre él en fuego y el humo subía como de un horno, y todo el monte se estremecía en extremo» (Éxodo 19:18). El pueblo de Israel también tembló mucho y le rogaron a Moisés que no dejara que Dios les hablara. Pero Dios habló y nos dio su Ley, su voluntad para nuestras vidas como su pueblo. Pero no cumplimos su ley, y por eso Dios descendió una vez más a tocar las montañas.
Esta vez, la gloria del Señor se reveló en carne y hueso. Dios el Hijo nació en Belén y la gloria del Señor iluminó los campos cercanos y provocó que los pastores temblaran de miedo. Los pies del Señor tocaron las montañas mientras Jesús caminaba por la tierra, enseñando y sanando. Sus enemigos y los demonios temblaban ante su voz, y también mucha gente escuchó con alegría su Palabra. Sus milagros demostraron su gloria y su identidad como Hijo de Dios y Mesías. Y al final, traicionado, arrestado y condenado a muerte, los pies de Dios tocaron una montaña que se llama Calvario. Jesús tomó sobre sí mismo los pecados del mundo y sufrió la pena de muerte que merecíamos por nuestra rebelión contra Dios, por desobedecer la Ley dada en el Sinaí. La oscuridad, no el humo, cubrió la montaña y el Calvario tembló cuando el Hijo de Dios murió.
Tres días después, en la primera mañana de Pascua, la gloria de Dios se reveló cuando Jesús resucitó triunfante de entre los muertos. Por la gracia de Dios, a través de la fe en Jesús, nuestros pecados son perdonados y tenemos el regalo de la vida eterna. Un día veremos la gloria perdurable de Dios y le cantaremos mientras vivamos, ¡para siempre! Mientras tanto, aquí en la tierra, todavía vemos evidencia de la gloria de Dios en la belleza y majestad de su creación. Nos regocijamos en sus obras, aunque aún nos asustamos cuando las montañas tiemblan y humean. Clamamos entonces al Señor por su ayuda y protección, confiando en que el Dios del Sinaí y el Calvario, quien revela su gloria de maneras inimaginables, nos protegerá en su amoroso cuidado.
ORACIÓN: Señor Dios, protégeme con tu cuidado hasta que vea la plenitud de tu gloria en tu presencia eterna. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Has escalado alguna vez una montaña? ¿Cuál fue la mejor parte de esa experiencia?
* ¿Cómo crees que será estar en la presencia de Dios?
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