Moisés salió de allí y repitió ante el pueblo las palabras del Señor; luego reunió a los setenta ancianos del pueblo, y los hizo esperar alrededor del tabernáculo.
Entonces el Señor descendió en la nube, y habló con él. Tomó del espíritu que estaba en él, y lo puso en los setenta ancianos; y cuando el espíritu se posó en ellos, comenzaron a profetizar, y no dejaban de hacerlo.
En el campamento se habían quedado Eldad y Medad, dos varones sobre los cuales también se posó el espíritu. Aunque estaban entre los escogidos, no se habían presentado en el tabernáculo; sin embargo, comenzaron a profetizar en el campamento.
Entonces un joven fue corriendo a decirle a Moisés: «¡Eldad y Medad están profetizando en el campamento!».
Josué hijo de Nun, que era ayudante cercano de Moisés, le dijo: «Moisés, mi señor, ¡no se lo permitas!». Pero Moisés le respondió: «¿Acaso tienes celos por mí? ¡Cómo quisiera yo que todo el pueblo del Señor fuera profeta! ¡Cómo quisiera yo que el Señor pusiera su espíritu sobre ellos!».
Y enseguida Moisés volvió al campamento, en compañía de los ancianos de Israel.
Números 11:24-30
Durante los años de servicio misional, sucedió varias veces que un joven se acercaba a mi esposo, el pastor, y le decía: «Me gustaría ser pastor. ¿Puedo entrenarme contigo?», a lo que mi esposo respondía: «¡Claro! Busca un cepillo y comencemos a limpiar los baños». De más está decir que eso lo sorprendía. Pero el mensaje era claro: el ministerio público no se trata de gloria y respeto; al contrario, es desordenado y a menudo incómodo, pero absolutamente necesario.
Son muchas las noches en las que anhelamos que más personas sirvan a Dios en nuestro campo particular, noches en las que estamos en el hospital con alguien muriendo o lidiando con una familia que estalla en una crisis. También hay días llenos de papeleo y llamadas telefónicas. Siempre hay mucho por hacer: demasiadas personas para cuidar, muy pocas horas en el día.
Moisés se encontraba en una situación similar. Y Dios tuvo misericordia de él y puso el Espíritu Santo sobre setenta ancianos de Israel, setenta personas más que podían lidiar con problemas y resolver crisis entre los antiguos esclavos. Y para dejar en claro quiénes eran esas personas, les dio el regalo temporal de la profecía.
Pero a Josué no le gustó. Como ayudante de Moisés, todo lo que podía ver era que su querido mentor iba a tener que compartir su glorioso trabajo con todas esas otras personas. «Moisés, mi señor, ¡no se lo permitas!», le dijo. Pero Moisés le respondió: «¿Acaso tienes celos por mí? ¡Cómo quisiera yo que todo el pueblo del Señor fuera profeta! ¡Cómo quisiera yo que el Señor pusiera su espíritu sobre ellos!».
Cada pastor y líder que conozco reza la misma oración: «¡Por favor, Dios, levanta a más personas para hacer el trabajo!». Jesús mismo dijo que debemos orar por esto: «Ciertamente, es mucha la mies, pero son pocos los segadores. Por tanto, pidan al Señor de la mies que envíe segadores a cosechar la mies» (Mateo 9: 37b-38). Mientras oras, recuerda que el Señor también puso su Espíritu sobre ti cuando fuiste bautizado. No eres solo quien está orando, sino la respuesta de Dios a esa oración. Pregúntale al Señor dónde y cómo quiere que sirvas. Quizás sea de una manera que nunca hubieras pensado, pero será una alegría.
ORACIÓN: Querido Señor, abre mis ojos y mi corazón para ver cómo quieres que te sirva. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
1.- ¿Cómo sirves al Señor ahora? ¿Cuál es la parte más gloriosa de ese servicio, al menos a los ojos de los demás?
2.- ¿Cuál es la parte más humilde, desordenada o divertida de tu servicio?
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