Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Pero yo les he dicho que, aunque me han visto, no creen. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera. Porque no he descendido del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: Que de todo lo que él me dio, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Y ésta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final».
Juan 6: 35-40
¿Recuerdas la historia de la mujer que tuvo un problema de sangrado que duró años y necesitaba ser sanada, pero tenía miedo de pedírselo a Jesús? Ella pensó que él se enojaría o la rechazaría. Así que se acercó sigilosamente a Él entre la multitud, porque pensó que podía tocar el borde de su túnica y conseguir lo que necesitaba. Ella no tenía idea de que Él la recibiría con todo su corazón. ¡Qué sorpresa fue cuando lo hizo!
A decir verdad, ella no es la única persona que se siente así con Jesús. Si somos honestos, la mayoría de nosotros hemos tenido momentos en los que sentimos que la bienvenida de Jesús era demasiado buena para ser verdad. «Si Él se entera de la verdad sobre mí, no me amará», pensamos. «Otras personas me han rechazado, ¿por qué no lo haría Dios también?». Y así nos arrastramos por nuestras vidas, cabizbajos, deseando desesperadamente entrar en la presencia de Jesús, pero preocupados. Nerviosos. Temerosos.
Jesús conoce nuestros corazones, por supuesto. Por eso nos dijo estas cosas. Escuchemos sus palabras: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera. […] Y ésta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna».
Jesús dice «todos», «quienquiera», «todo aquel». Esto te incluye hasta a ti. Me incluye hasta a mí. Sin excepciones. Y si todavía lo dudas, mira esa cruz donde Él colgó por tu bien y el mío. ¿Cuántos pecados crees que puede cubrir la sangre de Jesús? ¡Una gota de su sangre es suficiente para todo el mundo! Ante ese increíble sacrificio, no tenemos más remedio que rendirnos y admitirlo: Jesús puede rescatarme hasta a mí, hasta a ti, y tiene toda la intención de hacerlo. Él nos ha reclamado como suyos, y lo ha sellado con su sangre. Y ahora ha resucitado de entre los muertos y vive para siempre, para cumplir sus promesas y llevarnos a salvo a casa.
ORACIÓN: Señor, gracias porque tu salvación y tus promesas también son para mí. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Cuándo te has sentido rechazado por alguien?
* ¿Qué eventos específicos o palabras de Jesús te dan la mayor confianza en que Dios nunca te rechazará?
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