Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que también los no judíos habían recibido la palabra de Dios, así que cuando Pedro subió a Jerusalén, los que practicaban la circuncisión comenzaron a discutir con él […] Pedro comenzó entonces a contarles detalladamente lo que había sucedido […] Entonces me acordé de las palabras del Señor, cuando dijo: «Ciertamente, Juan bautizó con agua; pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo». Pues si Dios les concedió a ellos el mismo don que a nosotros, que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién soy yo para oponerme a Dios?». Al oír esto, ellos se callaron y glorificaron a Dios. Decían: «¡Así que Dios también les ha concedido a los no judíos la oportunidad de arrepentirse para que tengan vida!».
Hechos 11:1-2, 4, 16-18
Ay, Pedro, ¡en qué lío estás! Pedro acababa de permitir que un grupo de gentiles ingresara a la iglesia cristiana recién nacida, y sus miembros están molestos. ¡Él ni siquiera les pidió a esas personas que fueran circuncidadas! ¡No les pidió guardar la ley judía! ¡¿Qué estás haciendo Pedro?! ¿Estás tratando de poner la iglesia patas arriba?
Pero en realidad era Dios mismo quien estaba trastornando a la iglesia. Jesús ya les había dicho a sus discípulos que la salvación de Dios era para el mundo entero; y por supuesto, eso iba a incluir a personas que no eran judías. Pero de alguna manera, a muchos de los primeros cristianos no les cayó bien eso. Esperaban que los recién llegados actuaran y pensaran exactamente como ellos.
Todavía tenemos ese mismo problema hoy, ¿no es así? Nos acostumbramos a hacer las cosas de cierta manera en nuestras iglesias. Tenemos nuestra música y costumbres y procedimientos. «Siempre lo hemos hecho así» es el grito de batalla de muchas congregaciones.
Y luego viene Dios, y con una sola ráfaga de su Espíritu Santo trastorna nuestro mundo. Nos envía refugiados, gente de otros países. O tal vez nos envía personas que son más pobres que nosotros, o más ricas que nosotros. Tal vez Él nos envía a estudiantes universitarios, o personas de otra raza. Y estamos incómodos. ¿Será esta la obra del Espíritu Santo?
Pedro señala lo que une a los cristianos nuevos y a los maduros. Él dice: «Pues si Dios les concedió a ellos el mismo don que a nosotros, que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién soy yo para oponerme a Dios?». Hay una cosa que todos los cristianos compartimos, sin importar cuán diferentes seamos. A través de la obra del Espíritu Santo, todos confiamos en el mismo Señor Jesucristo. Todos creemos en el Hijo de Dios quien nos amó y se entregó por nosotros, hasta morir en la cruz. Y luego resucitó de entre los muertos, para nunca más morir, y ofrece la misma vida a todos los que confiamos en Él.
Esta es la razón por la que la iglesia cristiana es una, sin importar cuán diferente podamos vernos, hablar, vestirnos o comportarnos. Nuestra unidad es Jesús. Que el Espíritu Santo aclare esto a través de nuestras acciones para que el mundo nos mire y diga: «¡Mira cómo se aman!».
ORACIÓN: Dios Espíritu Santo, úsame para acoger y amar a los demás, así como Jesús me ha amado a mí. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Tienes personas cerca de ti que son diferentes a ti?
* ¿Cómo podría Dios estar llamándote a acercarte a ellos y a darles la bienvenida que les daría Jesús?
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