Ustedes son la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo volverá a ser salada? Ya no servirá para nada, sino para ser arrojada a la calle y pisoteada por la gente. Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Tampoco se enciende una lámpara y se pone debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. De la misma manera, que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos.
Mateo 5:13-16
Es bueno saber que podemos hacer una diferencia. A veces nos preguntamos si lo que hacemos importa, si nuestras palabras y acciones realmente tienen algún peso en este mundo. Las palabras de Jesús nos dicen que sí.
Decir: «Tú eres la sal de la tierra» es poner un valor único en tu vida, pues te convierte en esencial. La sal fue un mineral preciado ya miles de años antes de que Jesús entrara en escena. Utilizado por los egipcios y comercializado en todo el antiguo mundo mediterráneo, es un ingrediente esencial en las dietas de humanos y animales.
Y es lo que debemos ser en la vida de los demás. Como seguidores de Jesús, podemos y debemos ser vitales, necesarios y beneficiosos para quienes nos rodean. Pero como la sal, nuestro impacto puede no ser siempre obvio de inmediato. Son las pequeñas cosas las que pueden hacer una gran diferencia: la paciencia que le mostramos a un niño o el tiempo que tomamos para escuchar a un amigo que tiene un problema.
Nuestras palabras, como dice el apóstol Pablo, deben ser cálidas y atractivas para con los demás. Podemos aprender a hablar de manera que bendigan y edifiquen. Podemos señalar la gracia de Dios en nuestras conversaciones cuando el Espíritu Santo nos usa para abrir puertas para el Evangelio. «Procuren que su conversación siempre sea agradable y de buen gusto, para que den a cada uno la respuesta debida» (Colosenses 4: 6).
Y la luz: ¿qué podría ser más crucial que ser luz para otra persona? Eso es lo que Jesús dice que debemos ser: «la luz del mundo», brillando intensamente, dando «luz a todos en la casa».
La responsabilidad es asombrosa, y Dios nos la ha confiado. Además, nos ha dado el Espíritu Santo para guiarnos, inspirarnos y mantenernos esenciales en la vida de los demás. Como Él nos ha salvado por gracia a través de la fe en la victoria triunfante de Cristo sobre los poderes de las tinieblas, ahora nos da el poder para compartir libremente Su Evangelio. Él sabe que esta comisión es un desafío, pero nos da la gracia de ser indispensables, salados y brillantes para Cristo.
ORACIÓN: Padre celestial, danos la gracia necesaria para ser tu pueblo en el mundo. En el nombre de Jesús. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
1.- ¿Sientes que haces una diferencia en la vida de quienes te rodean?
2.- ¿Qué podrías hacer para hacerte más vital en la vida de otra persona?
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