Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
(Juan 3:17)
Laura, una mamá con hijos adolescentes, se encontraba muy triste por la desobediencia de sus hijos y la falta de apoyo de su esposo. Ella dudaba de su labor como madre y se sentía muy culpable.
Un día me pidió entrar en la capilla a orar. Después de un rato fui a sentarme con ella para conversar. Mirando a la cruz, me preguntó: “¿Cuáles pecados me ha perdonado Dios?”, a lo que le respondí: “Laura, Dios te ha perdonado todos tus pecados”. “Pero ¿cómo es esto posible si no puedo dejar de pecar?”, respondió, y continuó: “¿Y qué de los pecados de mañana… y los que cometa más adelante?”.
Es que las palabras de Jesús en Juan 3:17 son difíciles de entender para la humanidad abrumada por el pecado. Es difícil comprender que Jesús no vino a juzgar, sino a rescatarnos de nosotros mismos. Los pensamientos donde el pecado nos agobia, consume, y controla todo nuestro ser y sentidos es precisamente a lo que Jesús se refiere en su conversación con Nicodemo cuando le dice: “Es necesario nacer de nuevo del agua y del Espíritu” (ver Juan 3:1-15).
Alabado sea nuestro Dios y Salvador, que nos asegura que vino a salvarnos, a perdonarnos y darnos una mente nueva y un corazón nuevo. Esto no tiene sentido cuando usamos nuestra lógica, pero el Espíritu Santo obra su gracia en nosotros, los pecadores, cuando escuchamos su Palabra y somos guiados por ella. El bautismo nos asegura que somos de Cristo y, al confesar nuestros pecados con un corazón arrepentido, Dios nos otorga su perdón y no su juicio. ¡Él vino a rescatarnos, le pertenecemos! Nada nos puede arrebatar de su mano.
ORACIÓN: Padre, gracias infinitas por salvarme y no juzgarme. Límpiame de mi pecado, lléname de fe y mantenme firme hasta el final en tu verdad. Amén.
Deac. Rosy Martínez
Para reflexionar
- ¿Hay algo que necesitas confesarle a Dios y recibir su perdón?
- ¿Hay alguien a quien necesites perdonar o pedirle perdón?
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