Todos tenemos que morir. Somos como el agua cuando se derrama en el suelo, que ya no se puede recoger. Pero Dios, lejos de quitarnos la vida, pone los medios para que nos volvamos a él, si nos hemos alejado.
2 Samuel 14:14
Como ganadero urbano de pollos a pequeña escala y a tiempo parcial, aprendí que el año 1932 fue un momento decisivo en la historia del cuidado de aves domésticas de corral.
En ese año la empresa de producción Hudson obtuvo una patente para su abrevadero de pollos adaptado para almacenar agua en un pequeño depósito que vertía el agua automáticamente en el abrevadero. He usado un par de estos maravillosos abrevaderos de agua para pollos. Y funcionan muy bien. Pero dejan de funcionar.
Cuando mi primer abrevadero tenía un año, noté que todos los días se secaba. El agua se derramaba lentamente, convirtiendo nuestro gallinero en un pozo negro de paja y excrementos de pollo. Desconcertado, me puse a leer sobre la ciencia física de estos dispositivos. Exactamente cómo funcionan sigue siendo un misterio para mí. Pero sé que tiene que ver con la presión. Y si hay una grieta en el recipiente, le entra aire y el agua se derrama.
Las palabras del pasaje de las Escrituras de hoy fueron dichas al rey David por una mujer sabia. Sus palabras suenan a proverbio y tienen un significado más allá del contexto inmediato. En contexto, se aplican a David y su familia real. En este punto de la narrativa, ya hemos visto que David es un recipiente agrietado. Debido a sus fallas morales, su familia se está hundiendo en un pozo negro de pecado y maldad. El hijo de David es un proscrito, David pronto se convertirá en un proscrito, y eventualmente toda la nación será arrojada fuera de la Tierra Prometida, alejada de la presencia de Dios, como Adán y Eva fueron exiliados del Jardín del Edén. Como el agua se derrama en el suelo, así todos debemos morir, nos recuerda la mujer sabia en la lectura de hoy. Pero incluso cuando parezca que la vida entera no tiene remedio, el Dios de Israel encuentra una manera de llenar las vasijas agrietadas como nosotros.
La vida de David nos muestra el camino de Dios hacia la recuperación. No se trata de intentar arreglar la situación. Ni siquiera se trata de intentar arreglarnos a nosotros mismos. Cuando David se enfrentó a su pecado, oró así: «Los sacrificios que tú quieres son el espíritu quebrantado; tú, Dios mío, no desprecias al corazón contrito y humillado» (Salmo 51:17). Dios nos llama a volvernos del pecado a la justicia. A él le interesa más nuestra honestidad acerca de nuestra condición que nuestros planes de superación personal. En última instancia, la visión de Dios para nosotros no es llegar a ser autosuficientes, con sistemas de vida perfectos, sino a ser permanentemente dependientes de Él, llenos de la Fuente de la Vida.
En el Salmo 72 hay una imagen del Mesías, el Rey justo prometido a la familia de David. Cuando este Rey tome el trono, será como la lluvia que riega la tierra, llena a su pueblo y lo hace florecer (ver Salmo 72: 6-7). Y mil años después de David, vino Jesús. Se paró en el templo de Dios y dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. Del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva, como dice la Escritura» (Juan 7: 37-38). Jesús, el Mesías, crucificado y resucitado, volverá un día para rellenar todas nuestras grietas y hacernos nuevos. Pero por ahora, la vida aún se nos filtra. Y Jesús sigue llenándonos.
ORACIÓN: Rey Jesús, danos esta agua viva. Amén.
Rev. Dr. Michael Zeigler, orador de La Hora Luterana
Para reflexionar:
* ¿Qué te viene a la mente cuando piensas en algo que se ha derramado y no se puede recoger?
* ¿Cuál paso podrías dar esta semana para permitir que Jesús te mantenga lleno?
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