Porque él dice: «En el momento oportuno te escuché; en el día de salvación te ayudé». Y éste es el momento oportuno; éste es el día de salvación.
No somos motivo de tropiezo para nadie, para que tampoco nadie hable mal de nuestro ministerio. Más bien, siempre damos muestras de que somos ministros de Dios, con mucha paciencia en las tribulaciones, en las necesidades, en las angustias; en los azotes, en las cárceles, en los tumultos, en los trabajos, en los desvelos, en los ayunos; en la pureza, en el conocimiento, en la tolerancia, en la bondad, en el Espíritu Santo, en el amor sincero, en la palabra de verdad, en el poder de Dios, con las armas justas, tanto para el ataque como para la defensa; recibiendo honra y deshonra, mala fama y buena fama; se nos considera mentirosos, pero somos veraces; desconocidos para unos, somos bien conocidos para otros; parecemos estar moribundos, pero seguimos con vida; se nos ve castigados, pero no muertos; parecemos estar tristes, pero siempre estamos gozosos; parecemos pobres, pero enriquecemos a muchos; parecemos no tener nada, pero somos dueños de todo.
2 Corintios 6: 2-10
¡Guau! ¡Las cosas por las que Pablo y sus compañeros de ministerio pasaron por causa del Evangelio! En esta época en la que estamos distraídos por todos lados, es difícil imaginar a alguien tan determinado por una causa (es decir, una causa que no solo engorda la billetera de alguien o golpea el ego de otro).
Pero ahí es donde entra el Espíritu Santo. Pablo no tuvo que mantenerse «animado» para permanecer firme en medio de los duros obstáculos que enfrentó. Dios estaba allí, obrando a través de su Palabra y la comunión de los creyentes, manteniendo a Pablo en el camino correcto mientras se apoyaba en su Hacedor para ayudarlo a superar los momentos difíciles.
Pablo no está diciendo: «¡Mírame!» en las dificultades que cita. Él está diciendo: «Míralo, mira en Aquél a quien estoy aferrado».
Pablo recordaba cómo se le había aparecido Dios en el camino a Damasco y lo había transformado de perseguidor de la iglesia a proclamador del Evangelio (ver Hechos 9). Y sabía que este mismo Dios estaba presente en cada circunstancia, dándole poder para afrontar cada día con fe, sin importar las ordalías de ayer. «Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por lo que está por delante, sigo adelante hacia la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3: 13b-14).
¿Y en cuanto a ti y a mí? Esta es también nuestra canción de victoria. Cuando la vida te bombardee por todos lados, da un paso atrás; recupera el aliento. Por la fe en Cristo has sido cambiado, redimido del mundo para que puedas hacer saber a otros que hoy, este día, es el día de su salvación.
Pablo lo dijo mejor cuando escribió: «De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo! Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación. Esto quiere decir que, en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, sin tomarles en cuenta sus pecados, y que a nosotros nos encargó el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, y como si Dios les rogara a ustedes por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos: «Reconcíliense con Dios». Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios» (2 Corintios 5: 17-21).
ORACIÓN: Padre celestial, gracias por confiarnos el compartir a tu Hijo con los demás. En su Nombre oramos. Amén.
Paul Schreiber
Para reflexionar:
* ¿Conoces a alguien que hubiera seguido adelante frente a todos los problemas que Pablo encontró?
* ¿De qué forma nos ha confiado Dios el «mensaje de reconciliación» y qué se supone que debemos hacer con él?
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