Hermanos míos, no se convierta la mayoría de ustedes en maestros. Bien saben que el juicio que recibiremos será mayor.
Todos cometemos muchos errores. Quien no comete errores en lo que dice, es una persona perfecta, y además capaz de dominar todo su cuerpo.
A los caballos les ponemos un freno en la boca, para que nos obedezcan, y así podemos controlar todo su cuerpo. Y fíjense en los barcos: Aunque son muy grandes e impulsados por fuertes vientos, se les dirige por un timón muy pequeño, y el piloto los lleva por donde quiere. Así es la lengua. Aunque es un miembro muy pequeño, se jacta de grandes cosas. ¡Vean qué bosque tan grande puede incendiarse con un fuego tan pequeño! Y la lengua es fuego; es un mundo de maldad.
La lengua ocupa un lugar entre nuestros miembros, pero es capaz de contaminar todo el cuerpo; si el infierno la prende, puede inflamar nuestra existencia entera. La gente puede domesticar y, en efecto, ha domesticado, a toda clase de bestias, aves, serpientes y animales marinos, pero nadie puede domesticar a la lengua. Ésta es un mal indómito, que rebosa de veneno mortal. Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los seres humanos, que han sido creados a imagen de Dios. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones.
Hermanos míos, ¡esto no puede seguir así! ¿Acaso de una misma fuente puede brotar agua dulce y agua amarga? No es posible, hermanos míos, que la higuera dé aceitunas, o que la vid dé higos. Ni tampoco puede ninguna fuente dar agua salada y agua dulce.
Santiago 3: 1-12
Hay algunas conversaciones de las que te tienes que alejar porque te han despellejado. Alguien usó el filo de su lengua contigo, lo merecieras o no, y el dolor es terrible. Y no te sientes nada mejor cuando te dicen que lo están «diciendo por tu propio bien». Es posible que realmente crean que lo están haciendo por tu bien, pero el resultado real no es así.
Cuando pienso en conversaciones como esa, quiero correr y esconderme. Y me siento igual acerca de las conversaciones que suceden a nuestras espaldas, los chismes que se difunden por la iglesia o el trabajo, a veces camuflados como una «petición de oración», pero realmente sirven como una oportunidad para que las personas compartan detalles hirientes y jugosos sobre alguien. ¡Ay, ay, ay, ay, ay! ¿Cómo puede una parte tan pequeña del cuerpo hacer tanto daño?
Lo extraño es que Jesús nunca me hace sentir ese tipo de dolor. Él puede decir cosas fuertes cuando es necesario, pero nunca con el objetivo de causar dolor o hacer daño. Su objetivo es siempre curar y ayudar. Incluso si tiene que reprender a alguien o juzgarlo, está claro que lo está haciendo pensando en lo mejor para esa persona, y que nunca va más allá de lo que es absolutamente necesario decir. Y si la persona se arrepiente, él perdona inmediatamente. Allí se acaba la conversación. La lengua de Jesús sana en lugar de dañar.
Por eso me siento seguro con Jesús. Sé que Él me conoce de pie a cabeza. Sé que me ama. Cuando tiene que corregirme, lo escucho, porque conozco el corazón que habla a través de las palabras. Es el corazón de un Dios que me amó a mí, ¡y a ti!, lo suficiente como para dar su vida para rescatarnos, acercarnos a Él y hacernos su pueblo amado para siempre. Este es el corazón y la lengua del Dios que puso nuestro bienestar antes que el suyo, y lo volvería a hacer mil veces si fuera necesario. «El Señor nos hiere y nos aflige, pero no porque sea de su agrado» (Lamentaciones 3:33 NVI).
ORACIÓN: Amado Señor, haz que mi lengua sea como la tuya, llena de gracia y amor. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Por qué es tan fácil herir a las personas con la lengua?
* ¿A qué parte de la Biblia recurres cuando necesitas sentir el amor, la fuerza y el consuelo de Dios?
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