Tú, Señor me lo hiciste saber, y yo lo comprendí. Tú hiciste que yo me diera cuenta de sus obras. Yo parecía un cordero inocente que llevan al degolladero. No entendía lo que estaban tramando contra mí, cuando decían: «Destruyamos el árbol con su fruto. Cortémoslo de esta tierra de los vivientes, y que de su nombre no quede ni el recuerdo». Pero tú, Señor de los ejércitos, que juzgas con justicia y que escudriñas la mente y el corazón, permíteme ver cómo te vengas de ellos, porque ante ti he expuesto mi causa.
Jeremías 11: 18-20
Como cristianos, muchos de nosotros tenemos dificultades con pasajes como este: «Yo parecía un cordero inocente que llevan al degolladero. No entendía lo que estaban tramando contra mí, […] permíteme ver cómo te vengas de ellos, porque ante ti he expuesto mi causa». Hemos sido educados con la idea del perdón y poner la otra mejilla, pero ¿qué hacemos con este clamor de Jeremías al Señor? Ciertamente no me suena a perdón. Me suena a algo como «júzgalos ahora mismo; lo quiero ver».
Pero si condenamos a Jeremías (o a las personas que nos rodean que dicen cosas similares), es posible que nos estemos perdiendo de algo importante. Es cierto que como cristianos se nos prohíbe vengarnos, se nos prohíbe maldecir o desear mal a otras personas, se nos dice que oremos por nuestros enemigos y que les mostremos amor si alguna vez sucede que podemos hacerles un favor. Todo eso es verdad. Pero nada de eso invalida la sed de justicia.
Y lo podemos ver en los niños pequeños cuando gritan: «¡No es justo!» todos los días al regresar a clases después del recreo. Como adultos en un mundo injusto, puede que no lo digamos, pero lo pensamos. Dios ha puesto el amor a la justicia en nuestros corazones y no debemos reprimirlo o fingir que no importa. Después de todo, ¡Dios sabe lo que estamos pensando de todos modos!
Podemos aprender de Jeremías. A pesar de lo enojado que está, no toma la justicia en sus propias manos, la deja en manos del Señor. Confía en que Dios se ocupará de esta horrible injusticia, porque Dios es justo y santo. No lo barrerá debajo de la alfombra. Entonces Jeremías expresa su enojo pero también su confianza, y deja el asunto en manos de Dios.
Es posible que ahora mismo te esté pasando algo similar. Alguna persona, o algún grupo de personas, te está haciendo mal y tu corazón clama por justicia. Puedes hacer lo que hizo Jeremías: pedir ayuda a Dios, confiando en que Él definitivamente resolverá el asunto, pero lo hará a su manera y en su tiempo. Y luego puedes seguir adelante con tu vida, sabiendo que el asunto está siendo manejado, que puedes (con la ayuda de Dios) dejar de obsesionarte con eso, que puedes vivir la vida plena, libre y gozosa que Jesús ganó para ti en la cruz y a través de su resurrección.
Puede tomarte tiempo, mucho tiempo, incluso años. Y seguirás orando. Pero Dios es fiel y Dios te ayudará. ¿Y quién sabe? Al final, puede que el corazón de tus enemigos cambie, o puede que no. Pero de cualquier manera, puedes dejarlo ir, ponerlo en las manos del Señor y dejar de odiar a esa gente. Puedes recuperarte y vivir bien.
ORACIÓN: Señor, tú conoces las heridas que he sufrido injustamente. Por favor, ayúdame a apoyarme en ti mientras lidias tú con la situación. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿En qué momentos has sufrido injustamente?
* ¿De qué formas recurres al Señor en busca de ayuda?
© Copyright 2021 Cristo Para Todas Las Naciones
Suscríbete y recibe el devocional diariamente en tu e-mail: