¡Rindan al Señor, seres celestiales; rindan al Señor la gloria y el poder! ¡Ríndanle la gloria digna de su nombre! ¡Adoren al Señor en su santuario hermoso! La voz del Señor resuena sobre las aguas. El Dios de la gloria hace oír su voz. El Señor está sobre las muchas aguas. La voz del Señor es potente. La voz del Señor es majestuosa.
Salmo 29:1-4
La majestuosa y gloriosa voz tronó en la creación, mientras el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. La voz del Señor gritó: «¡Que haya luz!» y la luz apareció en las tinieblas (Génesis 1: 3b). La voz del Señor tronó en el Sinaí cuando Dios descendió al monte para dar su Ley al pueblo de Israel. La voz era tan aterradora que el pueblo le rogó a Moisés: «Si tú hablas con nosotros, te escucharemos; pero que no hable Dios con nosotros, porque tal vez moriremos» (Éxodo 20:19).
En Belén, la poderosa voz de Dios se escuchó nuevamente en la tierra, pero esta vez no fue aterradora. Era la voz de un recién nacido en un pesebre. Dios mismo nació entre nosotros para ser nuestro Salvador. A medida que se acercaba la hora de su muerte, Jesús oró para que el Nombre de su Padre fuera glorificado. En respuesta, la voz del Padre tronó desde el cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo» (Juan 12: 28b). El Padre fue glorificado en la muerte obediente de su Hijo, quien entregó su vida como sacrificio por nuestros pecados. La voz del Señor, una vez escuchada en la creación, se escuchó desde la cruz cuando Jesús «después de clamar nuevamente a gran voz, entregó el espíritu» (Mateo 27:50).
¡Cristo ha resucitado! La voz que separó la luz de las tinieblas en la creación, en Cristo nos llamó «de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2: 9b). El Espíritu de Dios que se cernía sobre las aguas de la creación ahora obra a través del agua y la Palabra del Bautismo, donde Dios nos reclama como suyos. La voz gloriosa del Señor nos llama con el amor tierno de un Padre: «No temas (…) porque yo te redimí; yo te di tu nombre (…) y tú me perteneces» (Isaías 43: 1b).
Como hijos de la luz, nuestras voces responden con un testimonio amable y respetuoso. Al proclamar el mensaje de arrepentimiento y perdón en el nombre de Jesús, el Espíritu de Dios llama a las personas a salir de las tinieblas del pecado a la luz de Cristo. Nuestras voces también resuenan en alabanza atronadora cuando damos al Señor la gloria que es sólo suya. «No somos nosotros, Señor, no somos nosotros dignos de nada. ¡Es tu nombre el que merece la gloria por tu misericordia y tu verdad!» (Salmo 115: 1)
ORACIÓN: Dios Todopoderoso y Creador, guíame con la poderosa y gloriosa voz de tu Palabra. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
* ¿Cómo nos llama Dios a ser suyos a través del bautismo?
* ¿Cómo podemos estar atentos a nuestras palabras cuando compartimos a Jesús con los demás?
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