Señor, Dios de los ejércitos, ¿hasta cuándo te mostrarás indignado contra la oración de tu pueblo? Nos has dado a comer lágrimas en vez de pan; nos has hecho beber lágrimas en abundancia. Nos has puesto en ridículo ante nuestros vecinos; nuestros enemigos se burlan de nosotros. ¡Restáuranos, Dios de los ejércitos! ¡Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvados!
Salmo 80:4-7
No es inusual escuchar en los salmos una súplica a Dios para que responda a las oraciones personales del salmista. En el Salmo 39: 12a, el salmista dice: «Señor, ¡escucha mi oración! ¡Atiende a mi clamor!», y en el Salmo 61: 1: «Dios mío, ¡escucha mi clamor! ¡Atiende mi oración!».
En el salmo de hoy, la petición es diferente. El salmista ruega a Dios no por él mismo, sino por el pueblo de Israel. Los israelitas casi se ahogan en sus lágrimas. Dios les había dado lágrimas para comer y beber. Para empeorar las cosas, los enemigos se burlan de ellos israelitas y, sin duda, se burlan de un Dios que aparentemente se niega a escuchar las oraciones de su propio pueblo.
Sabemos lo que significa ahogarnos en nuestras propias lágrimas. A través del miedo, la enfermedad y el dolor, puede parecer, al menos desde un punto de vista terrenal, que Dios no nos está escuchando y que nos hace «beber lágrimas en abundancia». Los incrédulos se burlan de lo que perciben como la absoluta futilidad de la oración, negando la existencia de un Dios que escucha y contesta la oración.
Sin embargo, no estamos solos con nuestras lágrimas. Durante su ministerio terrenal, nuestro Señor también lloró. Sus lágrimas en la tumba de Lázaro impresionaron a los dolientes allí reunidos. Jesús lloró por Jerusalén y el sufrimiento que vendría a la ciudad que había rechazado a su Mesías. En la cruz Jesús clamó a su Padre y, aunque no sabemos si el Salvador derramó lágrimas de dolor y desolación, soportó el ridículo de sus enemigos mientras se reían de sus oraciones sin respuesta: «Ya que él confió en Dios, pues que Dios lo libre ahora, si lo quiere» (Mateo 27: 43a).
Sabemos que las oraciones de Jesús fueron escuchadas y respondidas. «Cuando Cristo vivía en este mundo, con gran clamor y lágrimas ofreció ruegos y súplicas al que lo podía librar de la muerte, y fue escuchado por su temor reverente» (Hebreos 5: 7). El Hijo de Dios reverente y obediente sufrió y murió en la cruz, pero el Padre lo salvó de la corrupción de la muerte y lo resucitó para convertirse en la fuente de nuestra salvación. En la Persona de Cristo Jesús, Dios mismo ha derramado lágrimas y ve nuestras lágrimas. Por amor a su Hijo, perdona nuestros pecados y escucha nuestras oraciones. En Cristo somos restaurados y salvos. Ahora vivimos en la luz que es el rostro resplandeciente del favor de Dios. A veces derramaremos lágrimas de angustia en la tierra, pero un día viviremos en la presencia de Dios para siempre y Él enjugará cada lágrima de nuestros ojos.
ORACIÓN: Padre Celestial, por amor a tu Hijo recuerda nuestras lágrimas y responde nuestras oraciones. Amén.
Dra. Carol Geisler
Para reflexionar:
1.- ¿Podría ser la oración del salmista la que se dice de la iglesia de hoy?
2.- ¿Incluyes en tus oraciones a la iglesia, a tu nación y a los creyentes de todo el mundo?
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