El profeta Jeremías le respondió al profeta Jananías, también delante de los sacerdotes y de todo el pueblo que estaba reunido en la casa del Señor. Le dijo: «Así sea. Que así lo haga el Señor y confirme tu profecía, de que los utensilios de la casa del Señor, y todos los que fueron llevados a Babilonia, volverán a este lugar. Sin embargo, escucha lo que voy a decirte, a ti en primer lugar, y también a todo el pueblo: Los profetas que nos antecedieron a ti y a mí, anunciaron guerras, aflicción y peste contra muchos países y contra grandes reinos. Si el profeta anuncia paz, y sus palabras se cumplen, entonces se le reconoce como un profeta verdadero, enviado por el Señor».
(Jeremías 28:5-9)
En esta historia, Jeremías nos recuerda que los profetas suelen dar malas noticias. Después de todo, tiene sentido. Dios no suele enviar profetas excepto cuando se avecinan problemas. ¿Por qué necesitaría enviar un profeta para decir «todo va a estar bien»?
Si un profeta nos está diciendo exactamente lo que queremos escuchar, debemos sospechar. Si alguien, ya sea un político, un pastor, maestro, médico o vendedor, nos dice que nuestra vida será completamente placentera y que no necesitaremos coraje, fe o paciencia, ¡es hora de huir! Porque el mundo no funciona de esa manera. Tarde o temprano nos toca sufrir. Nada es gratis. Alguien, en algún lugar, tiene que pagar.
Pero ¿qué hacemos entonces con la profecía acerca de Jesús? Tanto los profetas del Antiguo Testamento como Juan el Bautista hablaron sobre la promesa de Dios de enviar al mundo un Mesías, un Salvador, quien rescataría a toda la raza humana del poder del pecado, la muerte y el diablo. Jesús, ese Salvador, habría de morir en una cruz y resucitar para llevarnos a casa con Dios porque, gracias a su sacrificio, recibimos perdón, salvación, paz, gozo y vida eterna, todo como un regalo gratuito para cualquiera que confíe en Él.
Pero ¿qué pasa entonces con la advertencia de Jeremías? ¿Es demasiado bueno para ser verdad? ¿Dónde está el sufrimiento? Está justamente en la cruz donde Jesús, siendo verdadero hombre y verdadero Dios al mismo tiempo, dio su vida para rescatarnos a todos. Por su sangre nos salva; y a través de su muerte y resurrección nos da vida eterna. Sí, hay sufrimiento, pero quien sufre es Dios mismo, para pagar el precio de nuestra salvación.
¿Quiere decir esto que nosotros no vamos a sufrir? Al contrario, sí sufriremos. Jesús dijo: «Donde yo esté, allí también estará mi servidor» (Juan 12:26b), por lo que podemos esperar seguir sus pasos, incluso en el sufrimiento. Pero lo hacemos con alegría, sabiendo que nadie podrá jamás apartarnos de Jesús, donde estamos a salvo para siempre.
Oremos: Amado Salvador, que mi sufrimiento sea para tu gloria y en tu servicio. Amén.
Dra. Kari Vo
Para reflexionar:
* ¿Cuál crees que sea el peor tipo de sufrimiento: el que simplemente sucede o el que tiene un propósito? ¿Por qué?
* ¿Cómo ha usado Dios tu sufrimiento para traer una bendición?
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